«Vine a Ferrol por amor y ahora ya considero esta ciudad como mi casa»

FERROL CIUDAD

césar toimil

Hace siete años decidió cambiar el bullicio de São Paulo por la tranquilidad de una urbe que siente como suya; «vivir aquí es un lujo», asegura convencido

28 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida de Luiz Pedro de Souza (São Paulo, 1979), al que todo el mundo conoce como Raça, dio un vuelco en el 2008, cuando la ferrolana Lucía Fernández se cruzó en su camino. Ella había viajado a São Paulo para participar en un encuentro de capoeira y, por obra y gracia de Cupido, surgió el flechazo. «Estuvimos dos años con llamadas y cartas y también hicimos algún viaje para vernos, pero en el 2010 me decidí a dar el paso. Vine a Ferrol por amor, porque quería estar con ella, y ahora ya considero esta ciudad como mi casa», cuenta sonriente.

De aquello hizo el 25 de enero justo siete años y Raça nunca se ha arrepentido de su decisión. En este tiempo amplió la familia con su hijo Antón, que ahora tiene cuatro años, y consiguió afianzar los cimientos de la escuela Luanda de capoeira, en Recimil, donde da clases a unos sesenta alumnos. «Hace poco fui a Brasil para ver a mi madre, pero a los pocos días ya quería volver. Ahora aquí tengo mi casa, a mi familia, a mis alumnos... Al final, uno es del lugar en el que vive», reflexiona.

Sin embargo, no todo fue fácil al principio. Además del «frío» gallego, cuenta entre risas, Raça también tuvo que lidiar con la dificultad de un idioma del que no hablaba ni palabra y con el «choque» que le produjo aterrizar en una ciudad totalmente diferente a la suya. «São Paulo es una metrópolis enorme, con muchísimo tráfico y bullicio y, de repente, verme aquí, en un lugar donde todo el mundo se conoce, me resultó muy extraño porque no estaba acostumbrado», rememora.

Ahora que ya se ha acostumbrado a la tranquilidad de este rincón gallego asegura que se siente feliz. «Vivir en Ferrol es un lujo, porque tiene unos paisajes preciosos y todo está a mano. Cada día puedo llevar a mi hijo andando al cole, cuando, antes, en São Paulo, me tenía que levantar a las seis de la mañana para poder llegar a las ocho al trabajo», explica Raça, que en Brasil se ganaba el pan como comercial de una empresa que suministra materiales electrónicos a la petrolera Petrobras.

Pero algo habrá que eche de menos de Brasil, ¿no? «Sí, claro, muchas veces siento saudade, pero en mi casa siempre tengo presentes los dos mundos; el gallego y el brasileño. Con mi hijo hablo portugués y con mi mujer, español. Y cuando me ataca la morriña, pongo música brasileña o me meto en la cocina y preparo arroz con feijão».

En Brasil dejó a su madre y a sus cinco hermanos, pero en Ferrol construyó otra familia e hizo amigos como Viví Suárez Taibo, directora del CEIP Recimil y amiga de su mujer, que le ayudó muchísimo prestándole libros y buscándole cursos para aprender el idioma. «Los ferrolanos y los gallegos en general al principio parecen desconfiados, pero cuando los conoces te lo dan todo. Son un cacho de pan», dice agradecido.

Llega la hora de la despedida, pero antes del adiós surge una curiosidad. ¿Por qué le llamarán Raça? Él despeja la incógnita en un santiamén: «La capoeira estuvo prohibida durante un tiempo y, para despistar a la policía, quienes la practicaban empezaron a usar apodos para que no los pudiesen identificar. El mío lo tengo desde los 14 años, cuando empecé a hacer capoeira, y me llamo Raça por dos razones: por el color de mi piel y también porque soy muy obstinado. Si quiero algo, no paro hasta que lo consigo». Lo dice un brasileño de corazón ferrolano.