Don Gonzalo

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

04 jun 2016 . Actualizado a las 01:38 h.

Llegado el mes de junio, cuando se aproxima la fecha -faltan nueve días- de lo que habría sido el cumpleaños de Torrente Ballester, a uno siempre le gusta acercarse al cementerio de Serantes para visitar a Don Gonzalo, que allí descansa en compañía, entre otros, de su abuelo Eladio, junto al que, según cuentan, aprendió gran parte del oficio de soñar. Yo me pregunto muchas veces si los viejos caballeros de lanza y escudo cuya memoria yace allí mismo, a unos metros del escritor -en la hermosa capilla gótica que hoy es el más antiguo de los edificios que el municipio de Ferrol conserva íntegramente en pie-, también irán alguna vez, en medio de la noche, a hablar con el autor de La saga/fuga de J.B., o si será él quien se dirige a ellos, tal vez para que le digan cómo fueron de verdad los tiempos en los que aún se creía que no había nada al otro lado del mar. En una ocasión le pregunté a Don Gonzalo qué contenía, en Los gozos y las sombras, el codicilo que Mariana Sarmiento había dejado sellado para que se abriese en el caso de que sus herederos rechazasen los términos de su testamento. «No me acuerdo», me contestó él. En otra ocasión, mientras un señor bastante pesado, cuyo nombre no viene a cuento, reflexionaba en voz alta sobre lo que es una novela y lo que no, Torrente, a quien ya no le dejaban fumar, se dirigió a mí, disimuladamente, como si fuese a hacerme una gran confidencia, y me pidió un pitillo; cuando le dije que no tenía, me preguntó si habría manera de conseguir al menos un «cacho de empanada». Don Gonzalo había sufrido cuantos desprecios y ninguneos pueda imaginar uno, y ya estaba de vuelta de vanidades. En el fondo, casi todo le daba igual.