errol es una mierda, siempre fue una mierda y seguirá siendo una mierda». Subida a una banqueta, una mujer hacía así balance de la situación de la ciudad en un programa de V Televisión. Otros de los consultados tampoco escatimaron críticas. «Nos está creciendo la hierba. Ferrol se está muriendo», lamentaba otra, sumándose a la que no dudaba en calificar el panorama de «desastre en todos los sentidos».
Somos, como queda visto, expertos en el autopaleo. En tirar por tierra lo nuestro, regodeándonos en una decadencia que no hay que negar pero tampoco alimentar a base de revolcarnos en el fango. La crisis de Ferrol lleva camino de convertirse en endémica y aquí los últimos años han sido muy duros, mucho. Cierto. Pero ojo que en todas partes cocieron habas. Cerraron comercios dejando a los cascos históricos viudos de su esencia propia, se multiplicaron las familias en dificultades, los listados del paro y los edificios ruinosos.
No se trata de maquillar nada, que seguimos estando en el vagón de cola de las grandes ciudades gallegas en los principales indicadores socioeconómicos. Y tampoco que se tiren ahora de los pelos los que hasta hace un año agitaban ese negro panorama para lanzar dardos contra los que mandaban en la plaza de Armas. Lleva camino de ser un clásico. No hay alcalde que no acceda al cargo que no apele a la autoestima colectiva y a ver la botella medio llena.
Que sí, que hay que salir del bache. Pero prueben a darse un paseo o a correr por Lobadiz y Doniños. Siéntense en una terraza del Puerto. Naveguen por la ría. Ferrol mola.