Camino Inglés

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

07 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Basta con recorrer un pequeño tramo -uno cualquiera, el que ustedes prefieran- del Camino Inglés, que es el único de los caminos de Santiago que va hacia el Oriente, para ver el mundo de otra manera. Y esto que les digo no tiene relación alguna con la magia, que cada vez escasea más en todas partes. Ni tampoco con la mística de la peregrinación, que en ocasiones -como suele apuntar Basilio Losada- nos hace percibir que a nuestro lado caminan, aunque no los veamos, los que pasaron en otro tiempo por esos mismos lugares. No, no es eso, sino algo bastante más sencillo. O, más que sencillo -porque tal vez esa no sea la palabra-, cercano. Algo que está directamente vinculado al hecho de caminar. Cuánta razón tenía Josep Pla al decir que, para conocer de verdad un país, conviene recorrerlo a pie. Y cabría añadir, a este respecto, que lo que vale para un país entero, vale también para lo que, de manera bastante más modesta, abarca la mirada. (Para el universo particular de cada cual, vaya, que entre todos los reinos que existen no es, por cierto, el menos importante). Uno camina un rato, tranquilamente y en silencio, al abrir el día, por el Camino Inglés, y conforme el sol se eleva y hace brillar las aguas de la ría de Ferrol, que resplandecen igual que si quisieran sonreírle a la mañana, no puede dejar de asombrarse, y hasta de conmoverse un poco, recordando que allí aún habita el caballo del mar, lo que demuestra que siempre es posible el milagro. Al pie de un fuente pasan unos peregrinos franceses, que van silbando. Vuelan palomas entre los árboles. Un carnero se asoma tras una cerca. Y a lo lejos suena, hermoso como la eternidad, el canto bravo del gallo.