El puñal

JOSÉ VARELA

FERROL CIUDAD

01 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En qué momento se había jodido el Perú?», medita Santiago Zavala en el arranque de Conversación en La Catedral. Así como está penosamente claro en qué momento se jodió la trayectoria literaria de Vargas Llosa: exactamente a partir de El sueño del celta, no lo está tanto el instante en el que empezó a desmoronarse el acuerdo de gobierno de Ferrol. El escritor arequipeño, que alcanzó merecidamente el Premio Nobel de Literatura, después de engendrar cumbres esplendorosas como la primera citada, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, etcétera, bajó el listón de la autoexigencia y tal vez el de la vergüenza torera y ahí lo tienen firmando cosas prescindibles. En un ciclo más corto y, naturalmente, de menor enjundia, el todavía gobierno ferrolano abrió una ventana de esperanza a una forma nueva de hacer política local, alumbró la perspectiva de un cambio pedagógico ilusionante, anunció la jubilación de vetustos paradigmas... pero, en algún momento desconocido, como columbra Zavalita en la ficción del ahora Porcelanovio, el encanto comenzó a oscurecerse. Una mano siniestra entornó una de las dos alas de la ventana. Tal vez la luz le pareció cegadora a uno de los socios -moverse protegido por la penumbra crea adicción-, quizá en la mochila de una de las dos figuras que encarnan el pacto pese demasiado la daga, esa pequeña arma subrepticia que metaforiza la felonía, en este caso alguien diría que con una hoja afilada y bruñida por su uso frecuente; no sé. Los incondicionales de las tinieblas, al calor del secreto, calculan que nunca se sabrá. Porque no pisan la calle: hay demasiada luz.