Excesos arriesgados

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

17 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La semana pasada hablé aquí de los excesos en que caemos los mayores celebrando las Primeras Comuniones de los niños. Es cierto que la relación con los hijos pequeños lleva a los padres, de forma natural, a una situación de generosidad que, mayoritariamente, no se sabe controlar. En ese control está gran parte de la educación que transmitimos a los hijos. Por eso hay que estar siempre muy atento para no dejarse llevar por lo que nos pide el cariño y la ternura. Pero para excesos, lo que me cuenta un amigo de mi pueblo, que leyó el artículo anterior y que encontró en ello un motivo para llamarme por teléfono. Estuvimos hablando un buen rato -esto de las tarifas planas también facilita mucho el palique- y pasé un momento estupendo escuchando la anécdota que me contaba con esa soltura narrativa que lo caracteriza.

El protagonista de la historia es un abuelo al que mi amigo trata por cuestiones comerciales, que vive en una aldea cercana al pueblo, y al que yo no conozco, aunque sí a miembros de su familia. Es un tío áspero, de carácter enérgico, que habla alto y con frases cortas. Hace unos días lo encontré yo en el río grande, lanzando una y otra vez la cucharilla al agua, sin ningún resultado, nada más que un creciente malhumor. Le pregunté cómo iba la cosa, y me respondió que nada, que muy mal. En esto, veo que está pescando con una cucharilla vieja, oxidada, rígida, que ni giraría en el agua. Le comento que así, con ese material, era imposible pescar nada. Las truchas ni la verían... ¡Pois que se fijen, que é o que teñen que facer!, me contestó. Pues este es el personaje, un hombre muy tajante y de formas rudas... Aunque con su corazoncito y sus debilidades de abuelo. Resulta que tiene un nieto solo, conviviendo todos, abuelos, padres e hijo, en la casa de siempre. Ya sabes, una casa grande, con huerta y muchas tierras da cobijo y trabajo para todos.

El chico, un adolescente que siente mucha más pasión por las motos que por los libros, trabaja de aprendiz en un taller mecánico del pueblo y su conversación preferida con el abuelo gira siempre sobre motos. Que si Jorge Lorenzo, que si Marc Márquez, aunque Valentino Rossi sea irrepetible, que si las Yamaha son las que tienen más reprise, aunque quizá las Honda ofrecen más estabilidad, que si los neumáticos son decisivos para ganar en Austin, no tanto en Jerez, pero siempre es importante saber elegirlos según el asfalto sobre el que se corre y el tiempo atmosférico durante la carrera... Total, que el chaval no paraba de hablar de su tema preferido con el abuelo. Este se permitía meter baza con pequeñas escaramuzas sobre la forma de podar la parra, de sachar las patatas o de recoger manzanas para hacer compota..., pero era consciente de su poco éxito. Y todas las conversaciones acababan con un ruego del nieto: «Abuelo, cando cumpla 18 anos, tés que comprarme unha moto».

Y llegó la fecha. Sacó a la primera el carné de conducir y, un día, abuelo y nieto se fueron a Santiago, al concesionario de la marca preferida del chaval. El abuelo le dijo que escogiera el modelo que quisiera. Pagó la moto al contado y le preguntó si estaba contento. El chaval casi no podía hablar de alegría, pero el abuelo, muy serio, le puso una mano en el hombro y le dijo: «E agora que non me entere eu de que che pasa alguén pola autopista».