Nunca unas elecciones griegas despertaron tanto interés. Y no por solidaridad con una sociedad vapuleada y empobrecida a salvajes recortes. No. No iba de eso. Iba de otra cosa. Era cuestión de saber si Syriza, con Tsipras al frente, cuajaba o se la pegaba. Y resulta que cuajó. Y mucho.
Y, claro, al bipartidismo ya le entró el tembleque. Desde Ferrol hasta Albacete. Aunque la gran sacudida de los sistemas nerviosos del PP y el PSOE se concentró en Madrid, a donde hubo que enviar más medicación urgente y tila para templar gaitas.
Los de derechas se apresusaron a decir que Podemos no es Syriza -aunque se le parezca bastante, creo yo-. Los de izquierdas, que el PSOE no es el socialismo griego. Algo, por otro lado, obvio. En definitiva, un apresurado salto al ruedo para empezar a lanzar cortinas de humo y a descalificar, mientras Pablo Iglesias atizaba y, como se dice vulgarmente, aplaudía con las orejas.
Las cosas son como son. La eterna rotación PP-PSOE y viceversa está ahora en serio riesgo. Con todas las consecuencias. Un escenario al que no se habían enfrentado los dos grandes de la Liga de las siglas. Y al que suscribe, oiga, le parece sano que haya esa competencia. Más que nada a ver si, así, entre una cosa y otra, espabilan y la política deja de ser un problema.
Lástima que en Ferrol sigamos con el chusco culebrón de Podemos. Tenía que ser aquí. Claro. Diga usted que igual Iglesias tampoco es que esté agobiado por el tema. Todo es cuestión del peso de la bolsa de votos. Como siempre.