La generosidad y el silencio

FERROL CIUDAD

El mundo de la cultura rinde tributo a la labor, siempre callada, de Mera

09 mar 2015 . Actualizado a las 12:09 h.

A veces es muy difícil saber por qué sucede lo que vemos. Y eso no ocurre solo cuando uno dirige su mirada al pasado, sino también cuando tratamos de comprender el presente. La realidad, en contra de lo que sostiene el tópico, es siempre muy compleja; y a menudo ignoramos, por desgracia, quién es el verdadero motor de los acontecimientos. Porque quienes hacen posibles las cosas -que no suelen ser, por cierto, quienes tratan de convencernos de que solo a ellos se les debe que el sol brille en lo alto del cielo-, muy frecuentemente prefieren eludir todo protagonismo. Trabajar, con una generosidad sin límites, en silencio. Que es, exactamente, lo que ha hecho, toda su vida, Luis Mera. Y lo que sigue haciendo. Luis, que posee un especial talento para las artes plásticas, no muestra lo que ha creado con sus manos. Ha publicado muy pocas cosas, a pesar de escribir maravillosamente. Hombre con un conocimiento casi infinito del pensamiento y de la historia de la Europa del siglo XX, suele escuchar mucho, pero no habla apenas. Y a pesar de que pocas personas saben tanto de música como él, no toca, creo, ningún instrumento. Sin embargo, pocas figuras hay hoy tan determinantes en la cultura gallega -y no solamente en la gallega- como Mera. Un hombre excepcional. Conviene no dejar de decirlo, porque en su caso nada hay más cierto. Ahora, un grupo de amigos está organizando un homenaje a quien rescató del olvido la figura de Pepito Arriola; a quien sentó las bases para que Ferrol llegase a tener, en los cinco continentes, un lugar de honor en el mundo del piano; a quien es el alma máter de publicaciones como Ferrolanálisis; a quien personifica, como pocos, el espíritu ilustrado de los trabajadores de los astilleros; a un hombre que luchó siempre, frente a la barbarie, por la libertad. Ya se sabe todo -o casi todo- lo que Luis Mera Naveiras ha hecho, siempre lejos de cualquier tipo de protagonismo («¡No, no, no, no...! Yo, para poner las sillas, que soy un soldado...!», suele repetir, bromeando, mientras reivindica el derecho a permanecer en segundo plano), en entidades como el Ateneo, el Liceo, el Grupo de Metales de Santa Cecilia o el Club de Prensa. No se sabe tanto, en cambio, que Luis, con una paciencia infinita (en este preciso instante, ya ven, me estoy acordando de sus padres, unas personas también extraordinarias, pero perdonen tanto inciso: siempre nos salen ramas, qué vamos a hacerle...), y desde una perspectiva manifiestamente progresista pero sin ningún tipo de exclusiones (uniendo voluntades, sumando siempre), jugó durante las últimas décadas un papel fundamental a la hora de tender puentes entre la cultura gallega y portuguesa, así como en la recuperación de la memoria del exilio. Koldo Chamorro, quizás la mayor figura de la historia de la fotografía española, decía que Luis es uno de esos hombres que cambian la historia desde dentro. Y tenía razón: lo que Galicia le debe, jamás podrá pagárselo. La verdad es esa.