«Si me tocase la lotería convertiría el Adriano en un palacio de la cultura»

Bea Abelairas
Bea abelairas FERROL / LA VOZ

FENE

CESAR TOIMIL

Lola Fernández vivió encima del viejo cine de Fene que ayuda a mantener vivo

14 oct 2021 . Actualizado a las 16:35 h.

El cine Adriano cuenta con un equipo de artistas que mantiene en pie tanto su espíritu, como sus cimientos. Entre ellos está Lola Fernández, que es una de las propietarias junto a nueve primos más. Todos realizaron un contrato de cesión al grupo que restaura la vieja sala: «Si me tocase la lotería convertiría el Adriano en un palacio de cultura o en una casa rural preciosa para artistas», fantasea una mujer que hasta los tres años vivió en la primera planta de un inmueble en el que ahora pinta y ayuda a reparar sin escatimar esfuerzos.

La pandemia y las ayudas públicas escasean, pero el arte es precisamente el balón de oxígeno que les hace seguir adelante: recuperan sillas, las restauran y las acicalan con dibujos para convertirlas en objetos singulares que después venden a coleccionistas o en mercadillos como el que se celebrará el próximo fin de semana en Camelle. Este proceso comienza visitando desvanes o galpones llenos de polvo. Y allí se presenta Lola sorprendiendo muchas veces a los donantes de las piezas.

«Me gusta trabajar por el cine, mi primo Adriano también se preocupa mucho y ojalá pudiésemos hacer mucho más, pero tenemos grandes ilusiones con la asociación del Adriano», cuenta sobre un convenio de cesión que ha caducado, pero que ni siquiera ha sido necesario renovar: sigue en pie con toda la ilusión del mundo. A Lola se le iluminan los ojos cuando recuerda las vivencias que guarda en la memoria en este edificio de Fene. «Era muy pequeña, tenía tres años cuando nos fuimos a Venezuela, pero no olvidaré que un día en la pista central había payasos y uno de ellos trepaba por un palo que estaba en el centro de la zona de arena del Adriano», rememora. Otra de las imágenes de esa época es de ella asomada a una ventana y de las niñas del pueblo saludándola y otra más de una persona muy querida que se llamaba Freixo: «Lo recuerdo en su moto y que tenía una perrita preciosa, una vez se le olvidaron los guantes: él la mandó a casa a buscarlos y así lo hizo».

Lola tuvo tiempo de volver de la emigración y ver el último año del cine en activo: «Era el año 1968, regresé en un barco que estuvo en alta mar quince días y que también secuestraron, el Santa María, toda una aventura, pero cuando llegué el cine aún proyectaba películas, aunque al poco tiempo cerró». Sus compañeros de trabajo en el Adriano destacan su fuerza vital y creativa, mientras ella sonríe. «Es que al levantarme veo el cine desde la ventana, que yo vivo cerca de la iglesia de Barallobre», cuenta entre risas una de las sobrinas de Antonio Fernández, el propietario de un espacio que se ha ido recuperando para actividades culturales, aunque las normas de la pandemia las han paralizado un poco. No cuenta con los permisos de otro espacio público para conciertos o exposiciones y tampoco está conectado a la red de suministro de agua, pero eso no es impedimento para casi ningún proyecto: «Como si tenemos que llevar el agua a garrafas, aquí seguiremos», promete Lola poco antes de ponerse a trabajar en la última partida de sillas pintadas que se venderán en el mercado del City of Agra, el vapor inglés que naufragó en Camelle y los pescadores de la zona rescataron a 32 de sus tripulantes, algo que les valió un reconocimiento del Gobierno británico. Una historia de vecinos que no se rindieron y de la que toman inspiración.