Las estanqueras de Cariño

ANA F. CUBA CARIÑO / LA VOZ

CARIÑO

De izquierda a derecha, Toñita, Pacucha y su nieto Álvaro, junto a su madre, Susana, y Azahara, al lado de su madre, María, hija de Toñita
De izquierda a derecha, Toñita, Pacucha y su nieto Álvaro, junto a su madre, Susana, y Azahara, al lado de su madre, María, hija de Toñita CEDIDA

Las hermanas Pacucha y Toñita, octogenarias, regentan el negocio que fundaron sus abuelos, Casa Etelvina, uno de los primeros de la localidad

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta es la historia de Casa Etelvina, una de las primeras tiendas que se abrieron en Cariño, en la plaza de la Marina (conocida como de las Cadenas). Hay quien dice que fue la primera. José Ramil (1863-1945) y María Antonia Gómez (1871-1924), procedentes de Vilalba y Seselle, se establecieron en Cariño en 1891 y emprendieron un negocio de panadería. En 1903 compraron la casa donde continúa el establecimiento, que ya estaba en construcción, para montar la tahona, con tienda y taberna. La más joven de sus siete hijos se llamaba Etelvina. En 1904, Benedicto Peña y Francisca Prieto, Quica, originarios de Santoña, se instalaron en Cariño como encargados de una fábrica de conservas. Quica abrió, años más tarde, el Café del Puerto, para el que recibió la concesión del estanco en 1930. Manolo era el segundo de los vástagos de Benedicto y Quica.

«Eran gente emprendedora», recalca Susana Calvo Peña sobre sus cuatro bisabuelos. Las dos familias se unieron en 1933, cuando se ofició la boda de Etelvina y Manolo, que tuvieron dos hijas, María Antonia, Toñita, y Francisca, Pacucha (la madre de Susana), que siguen al frente del negocio. «Pasaron los años difíciles de la guerra y la posguerra [en esos tiempos cesó la actividad de la panadería y falleció José Ramil], la tienda repartía las cartillas de racionamiento», reza uno de los paneles con la historia de esta saga que Susana diseñó y colocó en el escaparate de la tienda. «Me preguntaban en la escuela si ya había tabaco, que venía racionado», cuenta Pacucha. Ella, de 84 años, y su hermana, de 86, acabaron haciéndose cargo del comercio. «Desde jovencitas estuvimos aquí. Mi hermana iba a aprender a coser, pero fuimos siempre tenderas», relata Pacucha, afable y locuaz, sentada detrás del mostrador.

Toñita recuerda que el maestro de la escuela habló con su madre para preparar a Pacucha para cursar el Bachiller, «porque era muy inteligente». Pero Etelvina se negó, porque no quería distinción alguna entre sus hijas. «Siempre he estado encantada aquí, y mis hijos sí han estudiado», apunta Pacucha. En 1963 se casó con el cedeirés Justo José Calvo Pérez, que pronto se convirtió en un pilar del negocio. Entre 1951 y 1973, «Cariño avanzó, gracias al impulso de la pesca y la industria conservera, y la tienda creció al compás de esta mejora». «Fue una época muy buena -reconoce Pacucha-, gracias a las fábricas [cuando vino mi marido había 21] y los barcos». Reitera los elogios al papel que jugó su esposo: «Ayudó mucho, era contable en una fábrica de conservas... Aun ahora [con 90 años], no quiere que cierre», señala.

Cuando él dejó de ocuparse de la gestión, hace un par de años, por problemas de salud, tomó el relevo Susana, profesora en Santiago, que vuelve a Cariño cada fin de semana. Su hermano, Justo, que vive en Madrid, también viaja a la localidad ortegana cada dos semanas. Del día a día se encarga su madre, con apoyo de su tía, que se casó en 1975 y tiene una hija, María. El año anterior a la boda se acometió la reforma de la tienda, y a partir de ahí la actividad giró en torno al estanco, la librería-papelería y los artículos de bazar. «Los libros de texto y el material escolar fueron un renglón bueno», evoca Pacucha. Hace poco, cuando se incorporó Susana, que siempre había ayudado a su madre en el negocio, regresaron los juguetes.

Las estanterías que se montaron en 1974 continúan firmes, repletas de tabaco (en la parte de estanco), productos de papelería, golosinas, artículos de droguería, juguetes y regalos. Hay carteras y monederos de piel, piezas de artesanía creadas por una vecina, o mochilas. Toñita rememora los tiempos en que vendían «arenques en un tabal y bacalao, azúcar a cuarterones y café con achicoria por cucharas, igual que el pimentón, y hasta loza». E incluso ajos, cebollas y lechugas, «a dos reales», que cultivaba su padre en la huerta. También expendían gas y carburo para los candiles, para las aldeas, donde tardó en llegar la electricidad. «Cuando vino la luz a Cariño mi madre era una niña pequeña», dice Pacucha. Todo aquello queda muy atrás. Etelvina falleció en 1989, y Manolo, al año siguiente. Desde entonces, Pacucha y Toñita son las titulares de Casa Etelvina, que conserva el tejado original de la casa donde se criaron.

«Nacimos en la tienda». Las estanqueras no han parado de trabajar. Juntas han regentado la expendeduría número 2 de Cariño (la 1 está en A Pedra), y Pacucha se ha adaptado al proceso de informatización, con la ayuda de una formadora. «Son el claro ejemplo de que la edad no está reñida con la tecnología», destacaron en una publicación de Strator (del Grupo Logista), que proporciona una herramienta (hardware y software) para la gestión del tabaco, que «actualiza los saldos de forma automática con las compras recibidas por saca».

«La tienda es una ilusión», resume Susana, que ha recopilado los avatares de esta saga familiar, cuyo relato ayuda a entender los últimos 120 años de la historia de Cariño. El establecimiento y el pueblo evolucionaron a la par.