Tragedia en la noche de Cariño, frente al mar y los barcos

La Voz

CARIÑO

02 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Lo decía en la lonja de Cariño, el lunes por la noche, uno de los marineros que, con el dolor de la tragedia grabado en los ojos, se acercaron al lugar al que había sido trasladado el cuerpo de Andrés Cabanas: «O mar é moi traizoeiro. Telo que coñecer moi ben. E aínda que o coñezas, sempre che ha facer algunha mala xogada. Por máis atento que esteas -remarcaba-. É como cando pensas que está manso, e se che bota enriba. A iso é ao que nós lle chamamos mar de alentía. Por aí non sei como lle chaman...». A su lado, esperando a que se confirmase que el cuerpo sacado sin vida era el de Andrés Cabanas -todo parecía indicar que en efecto lo era, pero nadie se atrevía todavía a asegurarlo-, estaba el párroco de Cariño, Francisco, al que todos llaman Paco, y que a pesar de estar oficialmente jubilado no solo se ocupa de la parroquia, sino de la delegación diocesana de Apostolado do Mar. Pensaba Paco, sobre todo, en el dolor de quienes han perdido a un ser querido en el mar y están esperando a que ese mismo mar se lo devuelva para poder darle sepultura. Un dolor que, como la angustia, se reflejaba en muchos de los rostros de quienes, bajo el frío de la noche, aguardaban, visiblemente abatidos, a que la identidad del cuerpo hallado por la tripulación del Hermanos Landrove se desvelase. Mientras la espera se alargaba, Paco recordaba a Crecente Veiga, el cura que a comienzos del pasado siglo construyó su iglesia. Un hombre que falleció con fama de santidad, y cuyos escritos dan fe del horror con el que vivió las tragedias del mar, los naufragios. Entraba a esa hora, en la lonja, un viento frío, que venía, en la oscuridad de la noche, desde la inmensidad del mar, sobre los barcos atracados en el muelle. Y todos cuantos allí estaban, aguardando noticias -o esperando más bien que se les confirmase lo que ya todos suponían, tras haber escuchado el relato de los tripulantes del pesquero y de la Salvamar Shaula-, parecían haberse convertido, ante la tragedia, en una sola persona. «¿E vostede tamén é mariñeiro?», le preguntamos a un hombre que miraba, junto a la lonja, el mar sin luz. «Eu non -contestó-, pero quen é cada un, ao mar dalle o mesmo, ¿sabe?. É moi falso».