Rocío Chouciño: «En la cocina hago de todo, siempre a ojo de buen cubero, con cariño y felicidad»

A. F. C. CABANAS / LA VOZ

CABANAS

JOSE PARDO

Cree en el destino desde que, con 17 años, un vecino de su pueblo, cocinero, llegó buscando gente para trabajar en verano

10 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Rocío Chouciño Sánchez (Malpica, 1948) cree en el destino desde que, con 17 años, un vecino de su pueblo, cocinero, llegó buscando gente para trabajar en verano en el hotel Sarga, en Cabanas. «Fue mi salvación, porque yo quería trabajar, no estudiar... Mis padres no me dejaban venir, pero insistí y de noche oí que mi padre le decía a mi madre ‘déjala ir y dale dinero, ya verás como pronto vuelve’. Y hasta hoy», recuerda desde su casa de Cabanas.

En la cocina del Sarga aprendió el oficio. «Casi por mí misma, mirando a otros, ya me gustaba desde pequeña y hacía el caldo en la cocina económica al volver de la escuela». Allí pasó dos años. «Y para no tener que irme, como ya tenía novio [José Emilio Anca], ordenamos casarnos. No se puede luchar contra el destino». Ella quería progresar en la cocina y arrendaron el bar Barón, en Pontedeume. «Se hacía dinero porque había pocos y trabajábamos como negros, pero mi marido era carpintero y aquello no le gustaba nada, y al acabar el contrato de diez años nos fuimos», explica. Entonces se hizo cargo de una tienda en Cabanas. «Pero no era para mí, venía un vecino y me decía ‘apúntame’ y no tenía cara a decirle que no. Lo dejé a los cuatro años, aliviada y con muchas deudas».

Su marido trabajaba y en casa vivía su suegra, que cobraba una pensión. «No tenía necesidad de trabajar, pero lo mío era estar fuera, hablar con la gente y cocinar, y cuando me propusieron ir en verano al mesón de Miguel, encantada de la vida». Allí se retiró, 28 años más tarde, y aún hoy se ve capaz de echar una mano en los fogones. «Mandaba más que el jefe, muy bueno, gobernaba como si fuera mío... En la cocina hago de todo, siempre a ojo de buen cubero, con cariño y felicidad, con satisfacción. Sufría cuando los camareros no daban llevado la comida, me comía el demonio, me gustaba que llegara calentita al cliente». Cuando se jubiló su casa se llenó de ramos de flores. Pero Rocío, viuda desde hace diez años, no ha dejado la cocina. Ahora elabora tartas, galletas o bollas para sus amigas del curso de costura y prepara meriendas para sus nietos y sus compañeros del club de piragüismo KDM, a los que acompañará a Cádiz con «una cocinita» que se ha comprado «para que les salga más económica la comida» durante la competición. Todo con humor, «que no falte nunca», y una generosidad inmensa.