De García Rodríguez

Manuel Couce DESDE LA ALAMEDA

AS PONTES

09 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Este nombre aparece en varios documentos como el señor de los cotos de Balón y Brión, próximos a Ferrol. Cuando las guerras entre partidarios de Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara, García Rodríguez tomó parte activa y en 1372 el rey Enrique lo reconoció y le dio en donación perpetua el lugar de As Pontes de Hume y pasó a ser el señor de As Pontes, dándole su nombre a la villa. Aquello que el señor García empezó a labrar duramente fue un rumbo seguido luego por los ponteses, que supieron colocar a su pueblo con peinado yeyé. Visitar en un día libre As Pontes es ir a una ciudad a la que solo le falta el capitolio. Y no les voy a hablar de la central eléctrica que da luz a media España, ni del lago artificial que ya es más natural que el Mediterráneo. No. Voy a hablar de la gente. De los que a diario se levantan para ir a su trabajo y que son todos, desde el de la quincalla hasta el que se remanga, coge su trailer y, salvo las fiestas de guardar, agarra ese volante que debe de ser durísimo para ir arriba y abajo por esas estupendas carreteras. 

Y esto es así porque al frente del pueblo en los últimos años hubo sosiego e inteligencia para elegir a los mejores, los que superaron aquel proyecto del Gobierno que iba a cerrar la central. Aquel morrocotudo susto fue neutralizado por la corporación, con el alcalde Valentín González Formoso a la cabeza, que demostró, una vez más, tener un pensamiento positivo de las cosas y no da nada por perdido para su pueblo. Y ahí está en la presidencia de la Diputación, dándole una cura adelgazamiento bien repartido a la economía provincial, que estaba cargada de intervencionismo superfluo. Esta Diputación ya no es la que más decretos aprueba y menos cumple. Ha pasado su cuarentena degenerativa y hoy está atendida la provincia sin recalentar el mecanismo institucional. Y aún le queda tiempo a Valentín González para atender temas menores. Me cuentan que en una ocasión lo pararon en pleno muelle de Ferrol un grupo de mariscadores. Les escuchó su problema y les ayudó sin mirar si estaban atracando o desatracando su lancha. Lo necesitan, les dijo a las autoridades que lo acompañaban. Vaya, se me acaba el artículo, pero resulta que escribí a mi manera una columna sobre un gran pueblo: As Pontes, que sabe cómo con las virtudes personales se supera la maldición de los tiempos interesantes y se puede convertir en un lugar de referencia en progreso. Adelante.