Belén Martínez, de La casa de la tía Julita: «No concibo hacer cola en una boda por una ración de pulpo»

Rita Tojeiro Ces, A.V. FERROL / LA VOZ

ARES

Belén Martínez, gerente de La casa de la tía Julita, en Ares.
Belén Martínez, gerente de La casa de la tía Julita, en Ares. JOSE PARDO

La responsable del negocio, ubicado en Ares, trata de dar un vuelco a las clásicas costumbres asociadas a ceremonias y enlaces

11 sep 2023 . Actualizado a las 20:15 h.

La casa de la tía Julita es un proyecto profesional que cambió la vida de la familia en la que fue gestado. Se trata de un negocio de organización de eventos donde prevalece la gastronomía de calidad y la naturaleza, sin dejar de lado la exclusividad demandada para un día especial.

Aunque se dedican a preparar todo tipo de eventos, con el transcurso de su actividad la empresa se ha especializado en bodas. Las reuniones previas con los novios, donde brotan las risas y las anécdotas que personalizarán la jornada, son uno de los aspectos más importantes para los responsables de esta idea, que tratan de dar una vuelta al concepto que se suele asociar a estos festejos.

Belén Martínez es, junto a su marido, Alfredo Aguilar, la creadora y fundadora de La casa de la tía Julita. Esta profesional utiliza el concepto de las «no bodas» para explicar uno de sus valores diferenciales, que consiste en desechar ciertos compromisos sociales tradicionales. La fórmula que defienden es la de los eventos dinámicos, con los que los invitados viven una experiencia única mientras se interrelacionan por distintos espacios.

No obstante, la responsable valoró los puntos intermedios entre tendencias actuales y costumbres. La profesional no concibe, por ejemplo, «hacer cola por una ración de pulpo». Asimismo, admitió la necesidad de organización, pero también de la libertad que da cabida a la diversión.

«No perdemos el norte, sigue siendo una boda», aclaró Belén Martínez. La elegancia de ciertos protocolos continúa existiendo, como por ejemplo, que los camareros vayan uniformados, pero de un modo más original. El proyecto, que Martínez asoció al movimiento slow life, está vinculado a un estilo de vida alineado con el medio ambiente, por lo que se instauró una única prohibición, esparcir los microplásticos que componen el confeti. En su lugar, a los novios se les arrojan pequeñas hojas recogidas en el propio espacio. De la misma manera, una de las señas de identidad son los elementos naturales para la decoración, junto con otros de segunda mano y muebles que restauran los propios responsables del negocio, con un resultado único y actual.

«Aquí la figura del wedding planner no tiene sentido porque ofrecemos todos los servicios», indica la gerente. Aparte del espacio, la empresa oferta otras prestaciones como arreglos florales, montaje de la ceremonia civil, asesoramiento, coordinación del evento, recepción y atención a los invitados. En ocasiones, esta última tarea es realizada por los novios según su propia elección, de la misma forma que algunos deciden tomar más o menos protagonismo. «Ninguna boda es igual», manifiesta Martínez, por eso «es importante escuchar a los novios», concluye.

Al preguntar cómo es el espacio, la primera respuesta fue rápida. «La naturaleza es la que manda», sentenció la emprendedora, que resaltó la importancia de la vegetación del lugar. Parte de la infraestructura de la que disponen es una carpa beduina, que se caracteriza por carecer de paredes y fijarse mediante tensión, además de la vivienda principal, donde dan opción a cambiarse en los momentos previos al acto. Otra muestra representativa del equipamiento que ofrecen es su seiscientos, un coche clásico que los novios pueden utilizar para llegar al lugar, si así lo desean.

Imagen de un enlace en el establecimiento.
Imagen de un enlace en el establecimiento. CARLOS MUIÑOS

Gran parte de la magia reside en los detalles que manufacturan, como los rincones de fotos o el organizador de mesas. «Lo fácil es tener a todos sentados durante cuatro o cinco horas», sentencia Belén Martínez, en relación al tiempo que requiere, comparando con las bodas tradicionales, la preparación de un evento propio de La casa de la tía Julita.

Al contrario que a otros proyectos, Martínez expuso que la pandemia les sirvió de refuerzo, ya que se dedican a la organización de celebraciones reducidas y centradas en el espacio exterior. «El covid tambaleó muchos de los valores sociales», explica la creadora. Asimismo, los responsables establecieron un aforo máximo de 130 personas, a pesar de que la licencia de Turismo les permite abarcar a más gente.

En consonancia con los valores que difunden, desde La casa de la tía Julita intentan establecer un intercambio con otros negocios vecinos. Con este fin, las flores que obtiene Belén Martínez proceden de la zona y suele recomendar a profesionales próximos para los servicios externos que contratan sus clientes, como la fotografía. Siempre cuentan con la empresa fenesa SJ Sonido e Iluminación para los efectos de luces y audio, además de que los alimentos también vienen de producciones cercanas.

La casa de la tía Julita presume de ofrecer cocina propia, elaborada con productos de cercanía y de gran calidad. El método que usan otorga la posibilidad de presentar una mayor variedad de platos «defendiendo lo de toda la vida», indicó Martínez, ejemplarizando con alimentos básicos en la cultura culinaria tradicional, como el jamón o el pulpo.

JOSE PARDO

La historia que está detrás de esta empresa surgió a raíz de la discapacidad auditiva de su hijo Carlos. Para celebrar su cumpleaños, Belén Martínez pidió a su hermana Julia la casa que tenía en Narón, ya que ella vivía fuera y el pequeño no podía festejarlo en los típicos lugares de parques de bolas. Un evento condujo a otro, empezando por las fiestas de familiares y amigos. Estos ensayos en la casa naronesa les pusieron la miel en los labios y hace cuatro años transformaron su vivienda habitual de Ares en un negocio reglado.

La experiencia de Martínez como publicista, empleo que dejó para atender a Carlos, sumado a su carácter inquieto y dinámico, aparte de la progresiva independencia de su hijo, desencadenó la reinvención de su familia. A día de hoy, los cuatro miembros están implicados, entre ellos su hija Marcela Aguilar, quien se encarga de elaborar a mano la cartelería. El cambio fue para mejor, en calidad de vida y en valores.