Guía para conocer desde el mar varios castros del golfo Ártabro

CRISTÓBAL RAMÍREZ

ARES

Islote de O Mourón en el golfo Ártabro
Islote de O Mourón en el golfo Ártabro C.R.

A bordo de un catamarán eléctrico, silencioso y ecológico, por las aguas que surcaron los peregrinos en la Edad Media

10 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Poca gente puede entender el rumor del viento en el mar como Gemma. Allí un mínimo remolino, aquí unas olitas versión mini, y Gemma, a bordo de su catamarán eléctrico con base en Ares, informa al cliente de turno que aquí le va a dar de cara un poco más y allí se le va a levantar el pelo. Por eso navegar con ella es, también, un aprendizaje.

Y navegar con ella y con Laurent -de la Bretaña francesa y que no comete ni un error sintáctico en español a lo largo de las dos horas mínimo que dura la aventura por el golfo Ártabro- puede hacerlo cualquiera, niños incluidos, para los que desde luego Gemma tiene maravillosa mano.

Surcar las aguas que surcaron los peregrinos en la Edad Media en ese catamarán ultrasilencioso y muy estable, ecológico y con autonomía para una decena de horas, se convierte en una aventura segura y placentera.

Los viajes son a medida del cliente, pero echar un vistazo desde al mar a algunos de los castros costeros es comprender un poco más la historia y el por qué hace más de dos milenios los hombres decidieron construir a la orilla del golfo Ártabro sus poblados, sabedores de que hambre no iban a pasar: son aguas ricas, mucho más ayer que en el siglo XXI.

Así que proa a Carboeiro, un islote cercano a Perbes que desde tierra parece pequeño pero no lo es. Frente a él, una punta a la que hace mucho tiempo debió de estar unido. Se llama Insua, y ahí hubo un castro, en estos momentos muy deteriorado por la acción del mar, que lo ha ido comiendo y que dentro de geológicamente poco va a convertirlo en otro islote. La playa homónima no parece desde el mar tan inaccesible como cuando se va por tierra.

El catamarán da vuelta y enfila al norte, costeando. Queda a la diestra -o sea, a estribor- la Pena da Herba y otro saliente en el cual cuesta pensar que no hubo construcción alguna. Quedan también el monte Breamo controlándolo todo, la playa de Ber con su entorno mutilado y la pequeñita de Centroña con su entorno sin mutilar.

La ribera de enfrente se presenta salvaje, con la ensenada de Redes, cuya batería luce desde el mar, y ya no digamos su puertecito. A la izquierda queda el islote de O Mourón, otro castro en su día unido a tierra. Por el canal existente navegaba el abuelo de Gemma, con la chiquilla a bordo, y ahí le daba la merienda. Costumbre o lo que fuese, aquella niña lo recuerda con cariño y asombro, porque navegar por allí no era cosa a la que cualquiera se atreviese.

Y luego Ares, de vuelta, con el saliente entre la propia playa y la de O Raso y Seselle hoy ocupado por viviendas unifamiliares y en el final de la prehistoria por las viviendas de otro castro.

Ese es el paisaje que veían los peregrinos. También lo avistó desde la lontananza Francis Drake, que en su prepotencia cometió el gran error de atacar A Coruña sin saber que por allí andaba María Pita. Y Gemma y Laurent sonríen.

EL COMIENZO. Puerto de Ares: 43º25’18N 8º14’27W.

DURACIÓN. Por lo menos dos horas (28 euros por persona). No se necesita grupo mínimo.

CONTACTO. Teléfono 637 590 660.

EL PASADO. En el castro de punta Insua se localizaron enterramientos del final de la época romana.