La pescadera de 84 años que no piensa en colgar el delantal

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

ARES

CESAR TOIMIL

Margarita Varela lleva más de medio siglo tras el mostrador, pero no hay quien la jubile: «Si puedo, moriré con las botas puestas»

16 oct 2019 . Actualizado a las 10:40 h.

En la nave de Ucha del Mercado Central hay quien puede empatar con ella en veteranía -«Vicente, el de La Asturiana, lleva aquí tanto tiempo como yo», advierte para que no haya lugar a equívocos-, pero, entre los placeros, nadie puede decir que haya soplado tantas velas como las que ella apagó en su pasado cumpleaños. «Tengo 84 años, así que sí, soy la mas vieja de esta plaza», dice con humor retranquero la «abuela» del Mercado de A Magdalena. Hace ya años que se podía haber jubilado, pero Margarita Varela (Ares, 1935) -Chicha para los amigos- no piensa en colgar el delantal. «¿Que por qué sigo por aquí? Pues porque me encanta mi trabajo: disfruto muchísimo hablando con la gente y vendiendo pescado. Además, si me quedase en casa todos los días me aburriría mucho», explica Margarita.

Aunque ahora ya está medio retirada y acude a la plaza solo tres días por semana (martes, viernes y sábados), en las jornadas de faena se emplea a fondo, como cualquier otro vendedor del mercado. «Me levanto a las tres de la mañana y a las cuatro mi yerno me lleva en furgoneta a la lonja de A Coruña, porque el pescado que yo vendo lo quiero comprar yo, así de exigente soy. Luego venimos a la plaza, preparo el puesto y aquí estoy desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde», apunta para resumir su rutina en un día cualquiera de trabajo.

A Margarita, que lleva más de cincuenta años despachando manjares marinos en la plaza, el oficio le viene de familia. Cuenta que su madre tenía un almacén de salazón en Ares y también vendía pescado a las puertas de la misma nave en la que ella ahora despacha jurelitos, sardinas, pulpos y hermosos camarones. «Sin embargo, ella no quería que yo me viniese aquí a trabajar. Pensaba que era demasiado incauta y confiada y que me iban a engañar», rememora.

Pero su madre se equivocaba, porque, según cuentan sus compañeros y sus dos hijas -Carmen y Concha, también pescaderas en A Magdalena-, a Margarita no hay quien se la dé con queso. «Se sabe defender muy bien y además tiene mucho carácter. A veces no se le puede ni hablar, pero también es muy buena y puede ser muy graciosa, porque tiene mucha retranca», cuenta su hija Carmen. «Además, como madre no tiene precio. Es una gallina clueca, siempre pendiente de sus pollitos», apostilla a continuación Concha.

Madre de siete hijos y esposa de un albañil tan activo como ella -«tiene casi 90 años y sigue trabajando de jardinero», anota orgullosa de él-, Margarita no quiere ni oír hablar del retiro, a pesar de que en el Mercado Central las ventas no dan para «tantas alegrías» como en tiempos pasados. «Yo soy ya mayor y esto no es lo que era, pero, si puedo, moriré con las botas puestas», advierte con firmeza.