O Son de Cociña, un bar de enorme encanto en Fene: «Con pizzas y un acordeonista sensacional de 87 años»
FERROL
Mónica y su padre Manolo Cociña le dan alma a este mesón con una colección única de instrumentos musicales, algunos con 120 años de historia
06 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Junto al espectacular mural de Raffaella Carrà en Fene, late la música de O Son de Cociña. Choquitos y pizzas se dan la mano en uno de los bares con más encanto de la ría de Ferrol, donde serpentean las notas de un maravilloso acordeonista de 87 años. El músico Manolo Cociña, con una historia apasionante que lo llevó a emigrar a Argentina, cogió sus riendas en 1993 y le sucedió su hija Mónica. Abajo, se puede disfrutar de sofás entre muros de piedra o de la terraza con jardín, a base de tapas de pulpo mientras van y vienen peñas de moteros o del Deportivo de A Coruña. Arriba, Manolo repara y entona su colección de 30 acordeones del mundo, a cual más bonito. «Interpretar los temas de antes me devuelve a mi juventud... y a la juventud del oyente», sonríe.
Tanto amor siente Manolo por los acordeones, pasión heredada de su padre Eladio, que su hija le trajo uno pequeñito de su luna de miel en Italia. La vida de este hombre que llegó a tocar con la orquesta Saratoga empezó en 1937. Nació cuando su padre fue enviado a la Guerra Civil, «él se inició con un diatónico (melodeón) que le trajo un hermano de Cuba, éramos de Xove y de pequeño estuve a la muerte por la difteria». Eladio acabaría alquilando un salón de baile, a los nueve años Manolo tocaba la batería y a los 13 pidieron dinero prestado para comprarle un acordeón.
Tras dedicarse a dar actuaciones, con 20 años Manolo emigró a la Argentina del tango y se instaló en Rosario para trabajar en el ferrocarril y después en una fábrica de calzado. Se cansó de todo aquello y se marchó en un barco a Rotterdam, aunque acabó navegando 22 meses siempre acompañado de su acordeón: «Lo toqué durante 16 días en el viaje a Argentina». Pasó por Italia «y eché diez años fuera de Galicia, ni siquiera hice el servicio militar». En 1969 aterrizó en la ría de Ferrol donde cogió un almacén de vinos, que aprovechó los años dorados de Astano: «Y al final emprendí con este bar al que llamé Cociña».
Cuando se jubiló, sus hijos Mónica y Eladio lo convirtieron en O Son de Cociña. «Yo empecé con él a los 18 años, después lo llevé con mi hermano y ahora sola; es un bar carismático con pizzas y un acordeonista sensacional, lo reformamos hace 15 años y nos gusta montar conciertos», explica Mónica. Su padre de vez en cuando sigue animando las fiestas, «mientras se sirven tortillas, nuestras pizzas artesanas en horno de piedra como la de pulpo con queso de Arzúa y grelos».
El local en la avenida Marqués de Figueroa tiene «una enorme cantidad de gente, atendida por seis trabajadores, y somos como una gran familia». Admite Mónica que «en otros sitios el personal en hostelería fue quemado a lo largo del tiempo, por eso ahora algunos no quieren entrar en este mundo pero las condiciones son mucho mejores». Sus dos hijos heredaron el amor familiar por la música. El padre de Manolo ya coleccionaba y reparaba acordeones. El más antiguo tendrá 120 años, en color verde, otro Dallapè blanco con dibujos en nácar roza los 90. Uno de los más jovencitos nació en 1958, «cuando ya estaba todo inventado en el acordeón». El de más valor sentimental es un Guerrini rojo, «el último que dejó mi padre».
Ahora Manolo también disfruta de la música a través del móvil, ayudado por sus nietos. Y engancha a todos los artistas que pasan por el Perla Mural Fest, como la italiana Leticia Mandrágora: literalmente atrapada por el sonido de Cociña.