El Día Grande das San Lucas, coincidiendo con la celebración de una de las ferias más antiguas del mundo —feria que, a su vez, recuerda los tiempos de la consagración de la catedral mindoniense—, Mondoñedo y Ferrol conmemorarán el vigésimo aniversario de su hermanamiento. Un hermanamiento que vino a consolidar, en el ámbito institucional, los lazos que, desde hacía largo tiempo, unían ya a ambas ciudades a través de la historia, del afecto y de la literatura.
Lo cierto es que la idea de hermanar a Mondoñedo y a Ferrol había surgido ya bastantes años antes. Y que nació, en principio, como a nadie se le oculta, del afán de reforzar en el ámbito civil una diócesis —heredera de la fe traída entre los siglos V y VI por grupos de britanos llegados a través del mar y encabezados por obispos como Mailoc— que, por decisión expresa del papa Juan XXIII, no tiene hoy una sola capital, sino dos.
Pero en el alma del hermanamiento entre Ferrol y Mondoñedo anida una intención que va mucho más allá de la reivindicación de la historia, del afán de caminar juntos, de la defensa del patrimonio cultural y de la renovación de los vínculos de amistad. Esa hermandad es, también, una reivindicación de esta Galicia do Norte nuestra que se extiende desde la desembocadura de ríos como el Belelle y el Xuvia hasta la del Eo, y que tiene su corazón espiritual en la Terra Chá de Lugo. Una Galicia do Norte que, históricamente, se ha visto marginada una y mil veces, y que hoy, más que nunca, necesita alzar la voz para no perder el tren.
(¡Ni el tren... ni nada! Por derecho propio. Así es).