Los 50 años de la Relojería Canido: «Shakira nos hizo un favor, las ventas de los Casio han aumentado mucho»

FERROL

Aitor y Verónica posan para la cámara tras el mostrador de su relojería, fundada en el año 1973 por el padre del primero
Aitor y Verónica posan para la cámara tras el mostrador de su relojería, fundada en el año 1973 por el padre del primero CESAR TOIMIL

El emblemático comercio ferrolano celebra su medio siglo de vida con «mucho trabajo» y un inesperado repunte en la demanda de relojes de la marca japonesa

03 feb 2023 . Actualizado a las 21:40 h.

Cruzar el umbral de la Relojería Canido de Ferrol es como sumergirse en un viaje por el tiempo. Entre las cuatro paredes de la tienda la mirada se topa con relojes de todo tipo y tamaño (los hay de pared, de sobremesa, de sala o de chimenea) y cada uno tiene su historia. «Este que ves ahí era de mi bisabuelo, es un Morez de 1860 y se salvó del bombardero del Guernica porque entre todos lo desmontaron y lo sacaron de la casa familiar a toda prisa», relata el relojero Aitor Fernández Garmendía, de ascendencia vasca por parte materna, que comanda el negocio junto a su mujer, Verónica Íñiguez.

La pareja está de celebración, porque la Relojería Canido cumple en este 2023 la friolera de 50 años. Y si llegar al medio siglo de vida ya supone todo un triunfo, el aniversario todavía saber mejor cuando las cuentas cuadran y no causan disgustos. «La verdad es que no nos podemos quejar, porque tenemos mucho trabajo, sobre todo de taller. Cada vez hay más gente joven que quiere reparar y arreglar los relojes antiguos de sus padres o abuelos», comenta Verónica. Y aunque las ventas no hacen sonar con tanta alegría las caja registradora como los arreglos, últimamente han repuntado a cuenta de uno de grandes hits musicales del momento. «Parece mentira, pero las ventas de los Casio Vintage aumentaron mucho. Shakira nos hizo un favor», apunta entre risas Aitor, mientras Verónica subraya que curiosamente la pareja tiene un Twingo amarillo que también está levantando pasiones. «Lo solemos aparcar al lado de la tienda y ya hay gente que ha preguntado si lo vendemos», anota para asombro de quien la escucha.

Pero, más allá del «efecto Bizarrap-Shakira» y de las referencias a la marca japonesa en su último bombazo musical (Cambiaste un Rolex por un Casio), la longevidad de la Relojería Canido responde a otras razones. «¿Que cuál es el secreto? No tengo ni idea. Tal vez el secreto está en que nos gusta mucho el trabajo», dice Aitor, que es el relojero «titular» del negocio, aunque Verónica también se da maña y hace «reparaciones parciales», como colocar minuteros o cambiar coronas y cristales.

Francisco Fernández, fundador de la Relojería Canido, recogiendo su diploma de relojero
Francisco Fernández, fundador de la Relojería Canido, recogiendo su diploma de relojero

Los dos hablan con mucho cariño de un oficio que llegó a sus manos por herencia familiar, ya que fue el padre de Aitor —el cedeirés Francisco Fernández— quien fundó el negocio allá por el año 1973, después de sufrir un accidente que lo dejó sin una pierna en Asturias. «Estuvo ingresado dos años y durante la convalecencia aprendió el oficio en el hospital», rememora Aitor.

Él le siguió los pasos desde bien pequeño —«de niño era un trasto y me castigaba poniéndome arreglar relojes»— , y años más tarde, cuando su maestro se jubiló, asumió el mando del negocio junto a Verónica, con la que forma un equipo bien engrasado.

Reunión de relojeros en el Ayuntamiento de Ferrol de finales de los 70 o principios de los 80; el padre de Aitor es el primero por la izquieda en la cuarta fila empezando por abajo
Reunión de relojeros en el Ayuntamiento de Ferrol de finales de los 70 o principios de los 80; el padre de Aitor es el primero por la izquieda en la cuarta fila empezando por abajo

En estos cincuenta años las cosas han cambiado mucho, y para demostrarlo, Aítor muestra una foto antigua de una reunión de relojeros en las escaleras del Ayuntamiento de Ferrol, en la que su padre posa para la cámara junto a otros treinta maestros del oficio. «En la época de mi padre había muchísimos relojeros en la ciudad, mientras que ahora somos muy pocos los que, además de vender, también reparamos y hacemos trabajos de taller. Los relojeros somos ahora como el lince, estamos en peligro de extinción», comenta echando mano del sarcasmo y el humor. Además, el negocio canidiense también mutó con el relevo generacional, porque cuenta Aítor que su padre era un comerciante de los de «vieja escuela», al que no le importaba trabajar de sol a sol y quedarse incluso toda la noche en el taller, mientras que a él y a Verónica les encanta el oficio, sí, pero también saben arañar tiempo al tiempo para conciliar y disfrutar de la compañía de sus dos hijos, un chico y una chica, que no tienen previsto tomar el testigo de la relojería en el futuro. 

A Aitor se le ilumina la cara al hablar de algunos de los relojes «impresionantes» con los que se topa cuando hace reparaciones a domicilio y su mujer interviene entonces para certificar el amor de su marido por esos mecanismos que marcan el inexorable paso del tiempo: «Figúrate si le gusta que siempre dice que cuando se jubile va a seguir reparando relojes en casa». «Es que me encanta el oficio y cuando me meto en el taller se me pasa el tiempo volando», concluye Aitor sonriente.