El derecho a soñar y Tintín en la escuela

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

25 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

He de reconocer que los campeones que más admiro llevan muchos años lejos de las pistas. En realidad son los que, cuando yo era un adolescente —y en algunos casos ya antes, cuando aún era un niño—, veía como leyendas. Sus gestas nos servían de inspiración, a mis amigos y a mí, todos los días, y eso es algo por lo que siempre estaremos en deuda con ellos. Aunque, tristemente, mi manera de mirar el mundo ya no sea hoy la misma. El paso del tiempo suele estropear la vista, y el transcurrir de los años hace que a los ojos, por desgracia, casi todas las magias les pasen desapercibidas. Pero a lo que iba: aunque los campeones que más venero brillaron en un mundo que ya no existe —por cierto: tengo la suerte de poder decir que ahora muchos de ellos son mis amigos—, también admiro a muchos atletas de los que compiten actualmente. En especial al keniano Eliud Kipchoge, bicampeón olímpico de maratón y fondista que, a sus 37 años, intentará batir de nuevo la plusmarca de los 42.195 metros. Una plusmarca que él mismo posee. Tengo la impresión de que, a estas alturas, Kipchoge ya corre, fundamentalmente, contra sí mismo. Y, como cualquiera puede ver, no se rinde. Su valor sin límites me recuerda mucho al de otro maratoniano excepcional, también plusmarquista mundial en su época, además de campeón olímpico y excepcional corredor de campo a través: el portugués Carlos Lopes, a quien en el crepúsculo de su carrera deportiva se le rindió homenaje en Perlío. Un homenaje que, por cierto, incluyó una carrera popular muy bonita. Perlío es un lugar especial. Allí fui un par de años a la escuela de don Manuel Parada, antes de regresar a Sillobre —durante un tiempo en el que mi familia vivió en la barriada de San Valentín, por la que también siento un gran afecto—; y en Perlío estaba, además, el cine Perla, en el que pasé algunas de las horas más felices de mi vida. «Hai unha casa de pedra e de pan (...) / casa nai, casa claustro / todos os ceos, todos os mares...», dicen los estremecedores versos, misteriosos y bellos como un canto profético, de uno de los más grandes poetas de la lírica atlántica, Xulio L. Valcárcel. Al regresar a Escandoi, donde el cielo siempre parecía estar tan cerca que a veces uno llegaba a creer que podría tocar las estrellas con las manos, me matricularon en la escuela de O Souto, donde tuve maestros (doña Isabel, don Juan...) extraordinarios. Allí, donde se enseñaban todas las cosas que de verdad importan, leí, por vez primera, un tebeo de Tintín, de quien sigo siendo devoto. Ahora esa escuela, la de O Souto de Sillobre, a miña escoliña, también ha cerrado sus puertas. Parece que para siempre. Pero yo la seguiré soñando. Como soñaré el cine Perla y las gestas de Lopes. Ojalá tenga suerte Kipchoge.