La sirena de Ares

José Picado ESCRIBANÍA DE MAR

FERROL

XOSE CASTRO

26 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Que existen las sirenas se sabe de antiguo. Es una certeza adquirida que diría Álvaro Cunqueiro, el vate mindoniense por cuyas venas corría sangre de la sirena de la mar. Su abuelo paterno fue Carlos Cunqueiro y Mariño de Lobeira, descendiente del linaje de los Mariño de Lobeira que arrancó, allá en su día, de un caballero y una sirena. Álvaro Cunqueiro se convirtió, por derecho de sangre y estudioso de los tratados medievales, en el mayor experto en sirenas de esta costa del Atlántico. Dio fe del testimonio de doña Ramonita de la Puebla, hija de una sirena irlandesa, y de como conservaba las bañeras en que dormía su madre y el peine de oro que hacía sonar los cabellos como cuerdas de un arpa feliz. Conoció la historia de Goenar de Gagoland quien andando el camino de la mar entre Islandia y Noruega recogió a una sirena menuda, rubia y amorosa, con quien casó, tuvo nueve hijos y vivió doce años sin comer ni beber aunque permaneció alegre, lozana y cantora. Por su parte el cardenal Hiller mantenía que las sirenas escocesas eran muy aficionadas a comer papas de avena, y se sabe a ciencia cierta que las sirenas catalanas tenían habilidad para hacer malabarismos con naranjas y luego comérselas. Había diferencias entre las sirenas: las atlánticas siempre tenían numerosos hijos, mientras que las mediterráneas morían al dar a luz al primogénito. Algunas cantaban muy bien, otras tocaban la lira o hacían sonar la caracola. Y todas, sin excepción, tenían dos rasgos comunes, a saber: no tenían ombligo, lo que ya habían notado los marinos contemporáneos de Simbad, y eran capaces de curar la sordera de mozos que nunca hubieran oído por ser sordos de nacimiento, como había acontecido con el hijo del rey de Bohemia.

Álvaro Cunqueiro se adelantó a los que ponían objeciones contra la existencia de las sirenas porque «modernamente no hayan sido vistas ni oídas», desarrollando un alegato empírico contra la incredulidad humana que decide por anticipado lo que es verosímil y lo que no. El tiempo le ha dado la razón, como es notorio. La sirena de Ares, trasunto escultórico de la sirena de las Mirandas, es prueba irrefutable de su existencia. Lo confirma Miguel Couto, maestro en la fundición de bronces quien la pudo ver una noche clara en el columpio de la playa de Sabadelle. Y los historiadores Esperanza Piñeiro y Andrés Gómez, que recogieron en sabios textos sus costumbres. Y González Collado, que la pintó a la acuarela. Y un discípulo del Maestro Mateo que la cinceló en la fachada de Platerías de la catedral compostelana. Y hasta consta en el Almirantazgo de Dublín, sección especial para sirenas, ciudades sumergidas, tierras navegantes y demás entes de la antigua imaginación atlántica. Ustedes dirán.