«A las tres de la mañana salgo para la lonja, no paro ni tomo café hasta las 8»

Bea Abelairas
Bea abelairas FERROL / LA VOZ

FERROL

Rocío hace un vídeo cada mañana con el pescado que tiene para informar a sus clientes
Rocío hace un vídeo cada mañana con el pescado que tiene para informar a sus clientes JOSE PARDO

Trabajó como técnico de rayos en el Naval, pero ahora comanda Pescados Niki

21 may 2022 . Actualizado a las 22:09 h.

Poco después de las doce de la mañana Rocío Soto Rodríguez ya no está para más cafés: pide un refresco de naranja en el cafetín Amor del mercado de A Magdalena, a unos metros de su puesto Pescados Niki, que lleva el nombre de su marido, aunque es ella la que está al frente. «Está pachucho, yo heredé la mesa de mi abuela, Josefa, y desde niña estoy en el mundo de la plaza, porque mi madre tenía un puesto en Caranza y mi padre fue marinero», cuenta sobre una etapa laboral en la que no debutó hasta los 26 años (ahora tiene 49). Antes estudió técnico de rayos y durante ocho años trabajó en el hospital Naval. Terminó decantándose por el pescado: «Hasta el año pasado iba a la lonja con mi madre, pero ya está jubilada y encantada, porque al fin tiene tiempo».

Rocío se levanta cada día laborable a las tres menos diez para salir pitando hacia la subasta del puerto de A Coruña, un gran zoco en el que nos perderíamos la mayoría de los mortales y que a ella no le intimida: «Tengo que andar rápida, a las tres salgo para la lonja de A Coruña, allí hay subastas cada media hora, compro, cargo, vuelvo para Ferrol y ya no paro hasta las ocho, no me da ni para tomar un café».

En la plaza de A Magdalena la esperan sus empleadas Natalia, Silvia y Elena. En un plis colocan la mercancía y entonces ella graba un vídeo en el que no solo la muestra, sino que la comenta y aporta datos que darían para un documental. A veces hasta hace panorámica del cielo, cuando está muy bonito: «Tengo seis minutos, pero me explayaría más si pudiese», relata con una energía envidiable. Rocío no se queja del viaje de 100 kilómetros al volante de su furgoneta en plena noche, de los cientos de mensajes que tiene que enviar para encargar piezas, para responder a los restaurantes que le hacen encargos a las tres de la mañana cuando terminan el servicio. Tampoco le apena lo complicado que es participar en una subasta en la que hay que gritar mío para hacerse con el lote «y fuerte, si el de al lado grita más se lo lleva él».

De lo que se lamenta Rocío es del peso de la burocracia en un oficio que conoce desde niña: «Nos inundan de papeles, tenemos que hacer cada vez más etiquetas, más albaranes para los restaurantes, he tenido que contratar a una contable y comprarme una impresora con plastificadora especial y si me despisto solo hago eso, cuando tendría que estar limpiando o vendiendo el pescado», denuncia a pocos metros de unas escaleras por las que cada día ella y sus vendedoras descargan decenas de cajas con merluzas, rapes, bacaladitos.... «Yo tengo mucha suerte con ellas, mucha, son muy buenas», explica mientras mira el reloj para que no se le pase la hora de ir a recoger a su hijo. «A mí me crio mi abuela Josefa y la pobre murió en el muelle, cuando fue a por pescado se cayó al mar y se ahogó», recuerda con cariño. Los pescados que se pueden ver en el mostrador de Niki también llegan desde Cedeira, donde tiene comprador con el que despacha a diario. Otra tarea más.

«Más que trabajo físico lo agotador es estar todo el día pensando: si habré comprado mucho, si me falta algún mensaje para los que me guardan piezas que quiero reservar antes de la subasta, aunque a veces llegue y vea que pude conseguirlas a menos precio», explica poco antes de salir hacia su casa para hacer la comida. «A las seis me tumbo en la cama, pero no puedo dormir hasta las ocho para estar pendiente del móvil, duermo bien poco...».

Yo me veo...

Bien en este trabajo, aunque es duro, pero de lo que realmente me quejo es de todo el papeleo que nos obligan a hacer, en vez de vender, burocracia.