La ruta diaria de los jabalíes por el callejero de Canido

Rocío Pita Parada
rocío pita parada FERROL / LA VOZ

FERROL

Cedido

La población estable de cerdos salvajes en el barrio causa alarma y ha obligado a algunos vecinos a cambiar sus hábitos

17 mar 2022 . Actualizado a las 14:48 h.

Canido cuenta con nuevos vecinos, pero de los molestos. De esos que dejan a su paso un rastro de destrozos y siembran a partes iguales daños y alarma. No están de paso. Estos residentes salvajes y peludos han convertido el barrio de moda de Ferrol en su hogar. Y varias familias de jabalíes se han asentado junto a sus crías en fincas y terrenos de la zona. Allí desarrollan su día a día. Y en su agenda cotidiana incluyen habituales paseos al atardecer y un amplio recorrido por el barrio que a menudo complementan con expediciones que, en ocasiones, los llevan hasta A Magdalena, en pleno centro.

Su presencia es tan habitual que los vecinos ya han identificado la ruta del jabalí por Canido. Se cree que el cuartel base de estos cerdos salvajes se sitúa en el entorno del lavadero de Insua. Allí, describe el presidente de la Asociación de Vecinos de Canido, Roberto Taboada, retozan entre la maleza de parcelas muy tupidas y de elevada humedad, alimentada por el regato que discurre por allí. Permanecen en este lodazal hasta que el sol se pone. Y al caer la noche, comienzan su itinerario. Primera parada, la calle Celso Emilio Ferreiro, la larga vía perimetral de la ladera del barrio, que pasa frente a numerosas fincas y parcelas. Y de ahí, a la calle Insua, por donde ascienden hasta la parte trasera de la pista polideportiva sin nombre que existe en el lugar. Pérez Parallé es su siguiente punto en la ruta: la amplia vía con un carril en cada sentido y mediana central. La cruzan a menudo a carreras, si detectan la presencia de personas. Como le ocurrió al propio Taboada la pasada semana. «Eran as once da noite e estaban na parcela de cemento que hai fronte ao centro cívico», explicó. «Cando nos viron, saíron en estampida, atravesando a rúa sen mirar para os lados nin nada». Y cruzando a escasos metros de un coche que transitaba en ese momento por la vía. De ahí, al parque Antón Varela, el Baluarte «e volta a empezar».

Hasta el centro

Pero a menudo, la ruta no queda ahí. En «escaramuzas máis sociais», ironiza Taboada, es cuando llegan hasta el corazón urbano de la ciudad. Y se les ha podido ver por la plaza de Amboage o la calle de la Iglesia. La zona del puerto es otro de los emplazamientos habituales, llegando incluso a colarse, burlando las vallas, hasta las instalaciones cercanas a los muelles.

«Teñen ben medido o barrio», dice Roberto Taboada. Y los vecinos le han tomado la medida a esta piara. Pero «non podemos normalizar algo que non é normal e á xente lle está causando unha inquedanza ben grande», advierte. Por el momento, no se han producido daños personales, pero «non debemos tentar á sorte». Porque «hai xente que lles ten pavor». Y vecinos que ya han cambiado sus hábitos para intentar evitar toparse con jabalíes en su camino. Los animales, algunos de importante tamaño, y a menudo acompañados de crías, «intimidan». Y aunque, en teoría, no embisten, «ninguén cho pode asegurar», aduce Taboada. El conocimiento de sus desplazamientos ha servido para guiar a técnicos municipales por la zona para que se pueda determinar cuáles son los emplazamientos idóneos para las prometidas jaulas, que se instalarán en virtud de un convenio entre el Concello y la Xunta.

Vecina afectada por el paso de jabalíes
Vecina afectada por el paso de jabalíes CESAR TOIMIL

«Teño medo, achéganse con toda a 'jeta' e arramplan con todo»

Su finca es una de las favoritas de los jabalíes de Canido. La pisotean cada noche ante la impotencia de Josefa Fernández Lorenzo, la vecina que cultiva en esa huerta verduras, hortalizas y árboles frutales. Ella también conoce bien la ruta que trazan: «Da miña horta suben pola rúa Insua e métense por outra horta que queda á dereita e de aí xa pasan ao parque de Pérez Parallé. Despois tiran para o muelle ou suben e van para o centro cívico. E de aí, para o centro, como lles pete. Pero pola calle Insua sempre suben», describe. «Dende o mes de xullo, nin as verzas se salvan. Levantan todo. Os bulbos, dúas plantas de kiwis, unhas orquídeas... todo levantáronmo. Ata nos frutais me roeron os tallos. E tiráronme uns bidóns que tiña con cereais. É un desastre», expone.

Los ejemplares se acercan y sin temor alguno: «¡Achéganse con toda a jeta!», exclama, recordando un episodio sucedido en agosto. «Eu estaba entre as xudías, que son altas. Cando cheguei, non estaban, porque antes de entrar sempre miro xa aos lados, con precaución. E estaba alí e de repente saio e cruzoume un por diante e quedou alí mirando», señaló. Otro día, añade, «estaba limpando herbas na horta e de repente miro cara atrás e tíñaos todos detrás de min, como a cinco pasos, non a distancia, ¿eh?». Y «non é nin un nin dous. Eu contei trece», apostilla.

Para intentar tapiar el agujero por el que se colaban desde una huerta contigua, colocó un palé de plástico y bidones. Sin éxito. «Furan por outro. É inútil poñerlles nada porque arramplan con todo, dá o mesmo o que lles poñas. Aínda é peor, que entran máis a saco. Eu teño a madeira da leña e tiraron con ela. E chegaron a partir unha barra de ferro que tiña suxeitando os guisantes», ejemplifica.

Ella es una de las vecinas que ha cambiado de hábitos. «Teño medo. Teño un canciño e xa non o levo comigo. Vou ás catro e media e ás cinco e cuarto xa procuro volver para a casa. É unha mágoa que non podas estar libre na túa finca ou pola rúa, porque incluso ás nove e media da noite te cruzas con eles. É un perigo», denuncia. El anuncio de las jaulas lo ve «tardío», pero «o caso é que o fagan xa dunha vez».