Las truchas, un barco de juguete y el atletismo como género literario

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

24 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El mundo es nuevo todos los días, por más que haya quien se empeñe en afirmar lo contrario. Y para comprobarlo basta con abandonar la extendida costumbre de correr hacia ninguna parte. El amanecer, la salida del sol, siempre tiene algo de revelación, de epifanía. Porque aunque no nos demos cuenta -quizás cuando por fin queramos enterarnos ya sea demasiado tarde-, cada mañana es un milagro. Cuando el día está comenzando, y si tienes un poco de paciencia contigo mismo, el más humilde de los paseos puede llevarte, pongamos por caso, hasta las orillas del pequeño río en el que de niño jugabas con aquel barco de corcho, pintado de rojo y de blanco y sujeto con un hilo, al que le soñabas grandes navegaciones a las regiones de los hielos eternos, a las playas de Troya y a las islas del Caribe. Te olvidaste de ese barco durante largos años, tras haberlo abandonado, detrás de tus propios ojos, entre los recuerdos que entregaste a las garras del olvido. Pero hoy, sin embargo, qué no darías por tenerlo contigo, aunque ya no te atrevieses a echarlo al agua y te limitases a conservarlo junto a los libros más queridos, fondeado en una bahía que no existe, entre bolas de nieve, soldados de plomo y esos lápices que siempre queremos tener muy cerca, aunque al final no los usemos nunca. Sí señor: al comenzar el día -y por más que uno, tan aficionado a la lectura en medio del silencio de la noche, no se duerma hasta bien entrada la madrugada- conviene pasear un rato a través de los recuerdos que regresan y de los sueños que todavía no se han ido. Esta mañana, casi al lado de la piedra en la que los Reyes Magos, en vísperas de su propia fiesta, tienen la costumbre de atar sus caballos para hacer un alto en el camino (por cierto: no me negarán ustedes que les ha dado una alegría saber que este año Ferrol tendrá de nuevo, por fin, una cabalgata como las de toda la vida: como las que se celebraban antes de la llegada de este tiempo de dolor y soledad), vi que, por extraño que parezca, y mientras el mes de octubre se va acabando, sigue habiendo mariposas al pie de los senderos, y caballitos del diablo donde el agua fluye entre los juncos. Pepe Seoane, que es académico de número de la Academia Galega de Xurisprudencia e Lexislación, además de miembro del Seminario de Estudos Galegos y del Consello da Cultura, conoce muy bien lo mucho que significa, para el alma eterna de Galicia, el agua que corre entre los prados, y oírlo hablar de ella es una delicia. Tengo que acordarme de comentarle que hace tiempo que no veo ni una sola trucha junto a los viejos molinos de Escandoi (lo que no significa, naturalmente, que no las haya). «Trouxeron xa os camiños cada día / a xente que levaron. Somos os mesmos. / Suco vai, suco vén, do río á ría...», dice Claudio Rodríguez Fer en Ulises, el hermoso poema en el que rinde tributo a Díaz Castro. Y hablando de poesía, en los próximos meses verán la luz dos libros que estoy deseando leer: los poemarios con los que Medos Romero y Antonio Seijas han ganado, respectivamente, el Premio Afundación y el Premio Cidade de Ourense. Admiro mucho tanto a Medos, una de las grandes voces de la literatura atlántica, como a Antonio, un artista plástico de sólida proyección internacional, además de excelente escritor, que tras haber brillado ya en el mundo de la narrativa se adentra ahora, por vez primera, en el territorio de los versos. Poesía es casi todo lo importante, ¿no les parece? También -y permítanme insistir en ello- el atletismo. Hoy me han regalado unas revistas de hace años, dedicadas a ese deporte, y estoy feliz con ellas. ¡En sus páginas aparece Abascal, aparece Haro, aparece Álvarez Salgado, aparece Hornillos...! Grandes figuras del mejor atletismo. Y viejos amigos.