De Ferrol a Venecia por amor

gala dacosta / a.u. FERROL / LA VOZ

FERROL

Kiko Delgado

Se marchó a vivir junto a su pareja veneciana para iniciarse en el mundo laboral en Italia. El covid le ha permitido disfrutar de la romántica urbe sin apenas turistas

28 jul 2021 . Actualizado a las 21:21 h.

Venecia fue noticia durante la pandemia por las inusuales imágenes que la ciudad de los canales regaló a sus habitantes. Y mientras las aguas lucían cristalinas y las palomas revoloteaban a sus anchas por la Piazza San Marco, Eva Ávalos vivió la experiencia de una Venecia sin turistas por primera vez desde que llegó a la Serenísima tres años atrás. Y probablemente sea la única: «Los ancianos decían que jamás habían visto así la ciudad».

Eva estudió un ciclo de Magisterio e hizo un Erasmus en Parma, donde entró en contacto con el idioma y las costumbres italianas durante unos meses y supo que lo que quería era ver mundo y salir un tiempo de Ferrol. Pero fue precisamente en la urbe naval donde conoció a su actual pareja, Francesco, un estudiante de Diseño Industrial veneciano que estaba de intercambio y con el que «surgió el amor casi desde que me dijo su nombre», mientras esperaban por sus bebidas en la barra de un bar.

Al poco tiempo decidió irse a pasar unas vacaciones en la ciudad del italiano, y desde entonces se quedó allí. «Se me encendió una luz», dice Eva. Se inscribió en una página de au pairs y a los pocos días ya tenía trabajo.

A la pregunta obligada de cómo es vivir Venecia como una auténtica veneciana, responde con entusiasmo que «es como un pueblo y los de allí nos conocemos todos. Pero para desplazarse no es cómoda y un veneciano tiene que planificarse bien los horarios». Además, para encontrar alojamiento tuvo grandes dificultades, pues la reina del Adriático es una de las ciudades más ‘gentrificadas' del mundo y pasó por unos tres pisos distintos a lo largo de tres años. Basta con decir que no le renovaron el contrato del anterior piso porque querían alquilarlo a turistas. Francesco añade: «los dueños prefieren alquilar a estudiantes porque hay unos padres detrás que pagan».

Fue muy distinta la vida durante la pandemia. Coincidió en los Carnavales de Venecia y de pronto «se convirtió en ciudad fantasma». Durante el confinamiento vivían separados e intentaron ingeniárselas para verse y estar juntos, para lo cual tenían que esquivar a los policías que patrullaban las calles y los canales.

Después de pasar por distintos trabajos como maestra de infantil en escuelas situadas en enclaves privilegiados como palacios del centro de Venecia, ahora se mueve en vaporetto o en batello, la alternativa a los buses, para desplazarse hasta el colegio donde da clase actualmente. «Se trata de un concepto de colegio muy diferente», cuenta. «Sigue la pedagogía Montessori, los niños están en el monte y aprenden de manera autodidacta, por eso tengo que salir de la isla y tardo media hora». Con esa misma pedagogía Eva aprendió italiano «gracias a mi novio y a salir a tomarme unos spritz, que es el aperitivo más común y un equivalente al vermú». Cuenta que la gramática la aprendió por Whatsapp y que con su novio habla «unas frases en castellano y otras en italiano», y que ella entiende el dialecto veneciano, que «se parece mucho al gallego y muchas palabras son iguales, como ‘tartaruga', ‘man' o ‘chan'».

Pero a pesar de ser feliz y de que su aventura italiana tenga todos los ingredientes para parecer una película, confiesa que vivir en Venecia tiene sus desventajas y que la precariedad entre los jóvenes se manifiesta también en el país de la bota. Eva es consciente de que su decisión era valiente, pero está tranquila porque «yo tengo aquí mi casa y a mi madre». Por ahora seguirán allí mientras Francesco termina sus estudios en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia y no saben todavía si Venecia será su ciudad definitiva.