Educación: ¡viva la Universidad, vivan los profesores!

Juan Luis Montero Fenollós TRIBUNA

FERROL

25 jul 2021 . Actualizado a las 12:15 h.

En estos días, los estudiantes de bachillerato que han superado las pruebas de acceso a la Universidad tienen que tomar una decisión relevante para su futuro: qué estudios superiores elegir. En la pugna entre vocación y salida profesional, la victoria suele decantarse por la segunda opción ante una fuerte presión social y laboral. La mayor parte del alumnado llega a las facultades con el único objetivo de obtener un título universitario. La actualización y modernización de las enseñanzas universitarias se ha convertido, casi exclusivamente, en un intento de adaptar al máximo sus titulaciones a una rápida inserción de sus egresados en el mercado laboral. Las Universidades han dejado de interesarse por la educación integral de sus estudiantes. Muchos se preguntarán, no sin razón, si las Universidades del siglo XXI pueden trabajar para otro fin que no sea solo la especialización profesional orientada a ejercer un determinado oficio. La actual educación universitaria está perdiendo su capacidad de generar ciudadanos críticos capaces de construir una sociedad mejor desde su responsabilidad profesional. Lo que prima es la rentabilidad económica de los estudios, programados para producir individuos más dóciles, más uniformes.

En el panorama actual, marcado por un utilitarismo asfixiante, el futuro de una titulación universitaria está marcado por un hecho constatable: la demanda por parte de los estudiantes, transformados ahora en clientes. Si un título no es demandado por la sociedad, la decisión política es inapelable: se cierra como la rama de una fábrica que ha dejado de ser productiva. Ante esta filosofía cuestionable, los grandes damnificados están siendo, como es evidente, los estudios humanísticos. Si un joven se atreviera estos días a decir en su casa que ha pensado estudiar historia del arte, filología clásica o filosofía, la pregunta que, con toda probabilidad, tendrá que soportar es la siguiente: ¿eso para qué sirve? Lo triste es que no pocos cambiarán su decisión ante la falta de argumentos pragmáticos con los que responder a esa pregunta envenenada. La frustración está servida. Los profesores no son ajenos a esta situación. De muestra, un ejemplo cercano. En el próximo año académico, ante la falta de estudiantes y de rentabilidad a primera vista, en la Facultad de Humanidades de Ferrol desaparecerá el último curso de la carrera que le ha dado nombre y sentido desde 1993. En sus aulas dejarán de enseñarse, entre otras materias, pensamiento filosófico griego, mitología clásica, literatura gallega, arqueología y numismática, historia de América y de la expansión europea, historia del arte contemporáneo y literatura latina antigua y medieval. Ironías de la vida: el himno universitario, el Gaudeamus Igitur, del que he tomado prestados dos versos para el título de esta tribuna, está escrito en latín («Vivat Academia, vivant professores»).

La educación, en general, está sumida en un proceso de deshumanización al que está contribuyendo la irrupción irreversible en las aulas de las nuevas tecnologías. La invasión de las pantallas es una grave amenaza. Está por demostrar que invertir en lo digital es beneficioso para la enseñanza. Si me lo permiten: ¡un burro conectado a internet sigue siendo un burro! Hasta el momento, solo hay un factor que ha probado ejercer una influencia determinante en la formación de los estudiantes: el profesor, insaciable investigador, cualificado y comprometido.