Hoy lloran más a Miramontes quienes le conocieron siendo niños. Helena y Natalia que vivían puerta con puerta, Natacha, hija de Sari Alabau, Julia Filgueiras y tantos otros. Era increíble su capacidad de empatía con los chiquillos. Me recordaba a mi padre, con ese don especial que tienen algunos para los más pequeños. Empecé a saber de él a finales de los 60 cuando veía pasar por mi calle en Canido a un hombre a toda prisa, con gabardina de solapas y que dejaba rastro de octavillas hablando de Megasa, Bazán y la dictadura. Lo sorprendente, yo un adolescente, era que no sabía cómo lo hacía. Era como un prestidigitador. Más tarde, seguí admirándole por su sentido del humor, por esa sorprendente capacidad para el absurdo e incapacidad para la oratoria. Pero, sobre todo, por su lucha sin tregua contra la opresión del régimen, siempre incansable al desaliento. En el periódico teníamos un traductor para Miramontes, otro para Bernardo Bastida, porque si hablaban rápido no había quien les entendiera. Y menos todavía los periodistas que no eran ferrolanos. Hace apenas dos semanas, le llamé por teléfono a casa de su hija Loly en Vilagarcía. Estaba ya en los días finales. Sabíamos lo que había si bien, como si nada ocurriese, él era el que me animaba. Me encontré al Gavilán de siempre, ahora casi ciego e inválido.
Me viene a la memoria aquel Fernando del primer Ayuntamiento democrático de Ferrol, un Concello sin una peseta que no tenía ni para pagar la nómina y el empeño -y humor- que le puso para gobernar en tal coyuntura. Estaba claro, los poderosos de siempre -«los mismos perros con los mismos collares» como decía Álvaro Paradela- les habían dejado un buen regalo: los comunistas, ¿no presumís de que vais a ser los mejores en municipalismo? Pues ahí os queda materia para ir entrenando.
Cuando viajé por Francia (su Francia de la emigración en la Alta Saboya) me asombró observar las ceremonias cívicas en pueblos pequeños para reconocer a las personas singulares del lugar: Resistentes del maquis, destacados intelectuales, líderes sociales… Miramontes sería uno de ellos si fuese gabacho. Aquí, a Fernando, su barrio de adopción (Canido) le dio las muestras de afecto que se tiene merecido, pero siempre se echa en falta ese gran homenaje institucional que una persona como él ha ganado a pulso con su entrega incondicional a la lucha por las libertades, que no nos cayeron del cielo. Paul Preston suele decir que este estado de cosas viene de la herencia de corrupción y división social. Un legado del franquismo que no nos sacaremos de encima hasta que España se desfranquice del mismo modo que hizo Alemania desnacificándose. De lo contrario, periódicamente regresa la bestia negra, los tahúres y la trapacería.