De vinos y libros

José Varela FAÍSCAS

FERROL

01 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Pasamos la vida bregando por disimular: somos personas. Cuanto más nos exhibimos, más pugna la pulsión por la impostura. El epítome caricaturesco de este afán es la manida escena del vaquero que enlaza unas ramas y las arrastra para deshacer las huellas que dejan los cascos de su caballo y dificultar así su rastreo por los malos, más lentos. Pero el estudio de la conducta humana ha llegado a tal precisión que gran parte de estas maniobras de prestidigitación no hacen sino transparentar con más limpieza las auténticas intenciones. Giramos en un antroido interminable. De las mil maneras diferentes de aproximarnos al interior de un semejante, el escrutinio de su biblioteca puede ser una de las más precisas para vislumbrar su paisaje más íntimo, su evolución temporal, su hondura si acaso. Un recorrido a lomo de los volúmenes dormidos, o ausentes, en las estanterías nos perfila más la personalidad de nuestro amigo que una entrevista de trabajo. También nos revelaría espacios oscuros llegar a acceder a una bodega de vinos: ahí está contenida toda la geografía emocional del propietario: los gustos, la contemporaneidad, la curiosidad, el conservadurismo o la aventura, el gregarismo, el criterio honestamente asentado o vanamente pretencioso, la ostentación, el alma epicúrea… Cada referencia, como los cascos de la montura del cowboy, deja una estela, y en la maraña de todas germina el holograma del sujeto. El vino que uno elige es una suerte de prueba del algodón. Para quienes deseen acentuar algún rasgo de su carácter en el palimpsesto de su cava, el chef Carlos ofrece en Tres Pes de O Val una ocasión: salda lo más añejo de su catálogo de vinos. De nada.