Los cafés europeos lloran a Steiner

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

23 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Sólo un intelectual de la talla de George Steiner podía dibujar Europa con tan pocos trazos. Steiner vivió en varias ciudades europeas y en otras americanas. Hablaba inglés, francés, alemán e italiano. Leía en todos esos idiomas y tradujo las obras que más le impactaron de cada cultura. Recorrió toda Europa, primero obligado por su condición de judío que huía de la barbarie nazi y después por una necesidad vital de reencontrarse con sus raíces, con su alma humanista, tolerante, libre y cosmopolita. George Steiner terminó sus días afirmando que su patria se limitaba a una mesa, un buen café y un libro. Eso sí, en Europa, ese lugar culto y racional que era para él «un café repleto de gentes y palabras».

El café, escribió Steiner, «es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el poeta y para el metafísico con su cuaderno». No hay otra institución que albergue, como los cafés, la esencia de la conversación, esa característica humana previa al debate y la confrontación de ideas. Eran éstas, junto a la importancia trascendental de la lectura, algunas de las condiciones propias de los cafés europeos, tan diferentes de los pubs ingleses o las cafeterías americanas. Hasta tal punto lo creía Steiner que sostenía: «Mientras haya cafés la idea de Europa tendrá contenido» y «Si trazamos el mapa de los cafés tendremos uno de los indicadores esenciales de la idea de Europa». Idea que completó con otros puntos de vista que sólo este profesor de Cambridge atisbó. Europa como lugar paseado, que tiene su origen en las capacidades de los pies humanos; los hombres y mujeres europeos han caminado por sus mapas, de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. Y esto es algo (véase el ejemplo del Camino de Santiago) que no se hace en ninguna otra parte del planeta. Como tampoco se aprecia el empeño de llenar las calles y plazas de las ciudades con nombres de escritores, pintores, músicos, artistas, militares, estadistas y benefactores. El homenaje a los vecinos destacados y la sensación de cercanía entre los pueblos son, junto a la democrática costumbre de ir al café a hablar, leer y compartir noticias, las notas definitorias de la mejor Europa.

En ella vivimos, me gustaría escribirle a George Steiner al café en el que se siente a escribir en su nueva patria. Tal vez se parezca a los decimonónicos Café del Ángel, Café de la Iberia o Café del Correo. A los posteriores Gran Café América, Café el Siglo, Gran Café del Comercio, Café Suizo, Real Café Bar o Gran Café Español. O a los actuales cafés que todavía tratan, en este Ferrol decadente, de mantener la tradición heredada de las ilustradas Casas de Conversación.