Cuando la mar quiere

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

01 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Las aguas costeras de nuestra provincia marítima son navegables, si la mar quiere, casi todo el año. En los meses más invernales predominan los vientos del sur-suroeste (las suradas que dicen los marineros), cálidos y húmedos. En los más veraniegos mandan los del primer cuadrante, mayoritariamente del nordeste, frescos y secos. Suelen provocar mar de viento, marejadillas o marejadas que los hombres de la mar catalogan de salseiros que sirven para lavar la cubierta y poco más. La costa de nuestra provincia marítima, la número 4 de 30 en la que está dividida España, abarca desde Punta Carboeira (más o menos en Perbes, en el límite entre Pontedeume y Miño) hasta el meridiano de la Estaca de Bares. Dicho de otro modo, desde el medio de la ría de Ares-Betanzos, un fondeadero natural tranquilo, protegido, de fondos arenosos, hasta la punta más meridional de nuestro país, aquel lugar que el hombre eligió para dividir el océano Atlántico y el mar Cantábrico en el que las boyas fondeadas cerca de la costa no dejan de registrar las olas más altas de nuestros mares.

La costa de la provincia marítima de Ferrol se puede leer de muchas maneras. Los poetas llevan años tratando de contarla y cantarla («donde se acaba el mar», «donde Europa comienza») para que en sus textos seamos capaces de imaginarla. Algunos vecinos mañosos colocan bancos en los acantilados que miran al oeste, para contemplar el horizonte y presumir que desde allí se ve la mejor puesta de sol del mundo. Otros muchos recorren las sendas costeras caminando de faro a faro, como hitos en el camino producto de la técnica y el conocimiento que ayuda a volver a casa a los navegantes.

Aunque la mejor manera de leer la costa es desde la mar, si la mar quiere. Desde la mar, cerca de costa y a una distancia de respeto, nuestra provincia marítima nos enseña promontorios y calas, decenas de islotes rocosos, puntas con señales, playas y acantilados. Desde la mar sabemos que podemos «costear» sin despistarnos, si la mar quiere, con vientos y olas del suroeste o del nordeste. Pero la historia, las crónicas y los cientos de pecios nos hablan también de naufragios y muerte, de hundimientos de barcos por golpes de mar o, cuando la mar quiere, encallamientos contra las rocas. La mayoría suceden cuando hay mar de fondo del noroeste, esa mar peligrosa, larga, potente, en forma de trenes de olas gigantes (mar arbolada) que algunos dicen que se forman en las borrascas de Islandia o al norte de las Islas Británicas, pero otros pensamos que salen del fondo del Atlántico cuando luchan los dioses con las serpientes marinas. Algunas de esas olas hicieron caer a estribor al Blue Star y lo encallaron cerca de las Mirandas.