Koldo y Carlos

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

26 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Es curioso lo que sucede cuando admiramos mucho a alguien durante nuestra infancia o nuestra juventud, si un día llegamos a conocerlo. Porque esas personas, en la cercanía, no siempre son como las habíamos imaginado. O eso me parece a mí, vamos; no sé qué pensarán ustedes. En cualquier caso, yo, particularmente, he de decir que, en ese aspecto, tuve suerte. Al llegar a conocer a personas que admiraba mucho, jamás me sentí decepcionado, sino todo lo contrario. La verdad es esa. Cuando yo era niño —si me permiten citarles algún ejemplo— admiraba, sobre todo, a Mariano Haro (bueno, la verdad es que lo admiraba entonces, que lo seguí admirando después y que sigo admirándolo hoy, ese sentimiento jamás ha ido a menos, no es la primera vez que hablo de ello). Y cuando lo conocí en persona, vi que Mariano era exactamente como lo había imaginado: la encarnación de un valor sin límites y de una entereza inquebrantable, un hombre que nunca se permitirá a sí mismo rendirse. Años más tarde, mientras la afición por la literatura (que siempre me ha acompañado) crecía sin parar, conocí por fin a Torrente Ballester, y vi que él era exactamente el tipo de escritor —y de ser humano— capaz de crear un auténtico mundo en las páginas de esa impagable trilogía llamada Los gozos y las sombras. A Luz Pozo la conocí en persona aún mucho después, y me fascinó, como sus versos. Y también Juantorena, al que no llegué a conocer hasta este año, me impresionó mucho. Pero de quien no voy a hablarles —y pensaba hacerlo— es de Carlos Casares y de Koldo Chamorro. No, porque los echo de menos todos los días, y no quiero emocionarme.