¿Sabes que hubo buques que cambiaron de nombre hasta tres veces?

Museo naval FERROL

FERROL

cedida

Crónica del Museo Naval

16 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

 Si bien aunque el hábito no hace al monje o pueda parecer increíble, la realidad supera siempre a la ficción. Y decimos esto para comentar una característica importante que puede afectar a la vida operativa de un buque, en particular si es de guerra, y que no es otra que el nombre que se le asigna antes de su botadura y que, en circunstancias normales, le acompañará para siempre, es decir, hasta su baja definitiva en la Lista Oficial de Buques de la Armada.

Pensamos que el nombre influye en la cosa, en este caso en el barco que lo lleva, y por ello la elección del mismo ha de tomarse con rigor y fundamento. El nombre debe tener un sentido o significado que enaltezca al buque, que lo haga protagonista de su destino y que, al mismo tiempo, sirva de ejemplo a sus tripulantes, es decir, a toda su dotación, desde el comandante hasta el último marinero. La elección de la nomenclatura conlleva por ello un proceso de reflexión, y desde hace muchos años se solicita al Instituto de Historia y Cultura Naval que haga una propuesta a este respecto cuando se tiene que tomar esa decisión ante la futura entrada en servicio de un barco. En el caso de la Armada, evidentemente, no es lo mismo elegir el nombre de un buque de combate que el de otro que se destine por ejemplo a fines de apoyo, de carga, de transporte, etc. Cada tipo o categoría de barco por su función especial para la que fue construido, merece un nombre singular, apropiado, que lo distinga y caracterice por sí mismo y entre los demás. Nombres de marinos ilustres, de regiones, provincias u otros territorios significativos, de hechos históricos relevantes, etc, tienen «tradición naval» en la Armada y se suelen «reasignar» o repetir a lo largo de la historia.

Pero esto no siempre ha sido así. En el pasado se dieron situaciones de lo más variopintas. Así, por ejemplo, en el siglo XVIII se prodigaron los nombres de santos y de santas. Aun así, la mayoría de ellos se conocían más por sus alias que por su propio nombre oficial o a la inversa. Al San Hermenegildo se le conocía por Meregildo, al San Juan Bautista por Bahama, al Los Santos Reyes por Príncipe de Asturias o al Nuestra Señora del Carmen por La Deseada. Y la lista sería interminable. Se daba incluso el caso paradójico de enfrentarse naciones europeas «católicas, apostólicas y romanas» con barcos bautizados con nombres religiosos.

En el siglo XIX hasta cuatro buques diferentes (un navío, una corbeta, una goleta y un vapor) llevaron el mismo nombre, Isabel II, pero lo más ilógico es que todos ellos lo portaron al mismo tiempo. A causa del cambio de régimen político otros buques cambiaron de nombre, como la fragata Princesa de Asturias, que luego pasó a ser simplemente Asturias y así se quedó siendo Escuela Naval Flotante. Ya en el siglo XX nos encontramos con varios cruceros que cambiaron su nombre hasta tres veces, también por motivos políticos: el Reina Victoria Eugenia fue después República y más tarde Navarra; y el Príncipe Alfonso fue sucesivamente renombrado Libertad y Galicia. El mismo acorazado Alfonso XIII, tras la proclamación de la II República, pasó a ser España (en puridad fue el segundo España, pues el primero varó y después se hundió en Cabo Tres Forcas). Se ha dado el caso también curioso de que dos buques hayan intercambiado sus nombres, es decir, los hayan permutado, como fue el caso del crucero Blas de Lezo, que más adelantado en construcción, cambió su nombre con su gemelo el Méndez Núñez, para entrar en servicio antes y así representar a España en el centenario del ilustre marino gallego. En fin, que la historia nos muestra múltiples ejemplos y es siempre maestra de la vida.