Algunos gorrillas sostienen que regulan los aparcamientos porque no encuentran trabajo
25 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Llega puntual cada día a las ocho y media de la mañana al que desde hace tres meses es su lugar de trabajo. Carlos José da Silva Marques tiene sesenta años y es el primer gorrilla que aparca coches en la superficie asfaltada del Sánchez Aguilera. Llegó a la ciudad naval procedente de Oporto después de recalar en Vigo y de media vida como emigrante en Suiza y Francia, donde trabajaba como pintor. Ahora se gana la vida pidiendo la voluntad en el párking. «Saco quince ou vinte euros ao día, depende», dice. «A xente é xenerosa» aunque esa cantidad «dá para comprar cigarros, pero para máis nada», considera. No le compensa, pero «estou aquí porque non teño outro traballo». Rehúye de la denominación de gorrilla, pero asegura que «nunca tiven problemas con ninguén». Ni con la policía, que en alguna ocasión acudió a controlarlo. También niega que cause daños en coches si su conductor se niega a darle dinero: «Eu non fago nada diso». Su labor como aparcacoches no se prolongará mucho más. Ahorra para marcharse de nuevo a Suiza, a la campaña de recogida de hortalizas. «Alí é máis fácil atopar traballo», y solo espera a que pase la Semana Santa para que baje el precio de los billetes de bus.
De aparcar coches vive también un joven que acude con frecuencia al entorno del Marcide. «No tengo suelto, neno», lo despacha un conductor. Pero muchos sí. Y se acaba sacando «diez o quince euros si es un buen día». Allí, dice, «siempre hay alguien. Nos turnamos. Y siempre se respeta: si hay uno no se va a poder meter otro». Prefiere mantenerse en el anonimato por miedo a que sus compañeros vayan contra él. Y no está contento con lo que hace. «Lo hago porque no tengo casa, porque de algún modo tengo que sacar algo si no quiero delinquir», justifica. «Si no nos dejan pedir, ¿qué pretenden que hagamos?», concluye.