Rehabilitación

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

16 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

De un tiempo a esta parte, el número de presos que se fugan de las cárceles aumentó notablemente. Llevamos varios, y todos peligrosos. Sabíamos que las cárceles españolas están a rebosar (somos el tercer país europeo con mayor hacinamiento de presos, y el décimo de Europa en mayor número de reclusos, proporcionalmente al número total de habitantes), pero no sabíamos que se podía escapar de ellas con tanta facilidad. A este paso, si Quim Torra se anima a abrir las puertas de las cárceles catalanas ni nos vamos a dar cuenta... Lo curioso es que, teniendo uno de los índices de criminalidad más bajos de Europa, exista tal saturación de presos en las cárceles españolas, lo que, sin duda, facilita las fugas de los más temerarios. Lo paradójico es que en la cárcel no están ni la mitad de los que deberían estar, sobre todo si reparamos en la clase política y en los especuladores financieros. Será por miedo a que revienten las prisiones. Porque sabido es que la masificación dificulta el trabajo del sistema penal y la rehabilitación del recluso. En definitiva, que tenemos demasiados presos, que se nos escapan bastantes, que apenas los recuperamos para la convivencia en libertad, y que, incluso, los hacemos peores. Vaya panorama.

Y al mencionar lo de la rehabilitación de los presos me acuerdo del viejo Secundino, único guardia municipal que había en mi pueblo en los años de mi infancia, que no solo tenía razón con su forma de entender el sistema carcelario, sino que fue un adelantado en este terreno. Claro que se trataba de una cárcel humilde, la de un Partido Judicial pequeño y honesto. Pero el sabio municipal la gobernaba con técnicas eficaces y precursoras. Recuerdo muy bien a un chico joven que estuvo un verano entero en la cárcel, no sé por qué motivo. Por la mañana salía con Secundino a inspeccionar las farolas del alumbrado público, recién estrenado. Y si había que cambiar una bombilla, quien se subía a la escalera era él. Por la tarde, acompañaba al viejo guardia en sus faenas caseras, como ir a buscar un carro de leña al monte o llevar a pastar las vacas a la orilla del río. En este menester, el preso contaba siempre con la colaboración de muchos de nosotros, que lo sustituíamos con las vacas para que él se bañase y nos hiciese disfrutar viéndolo nadar con una técnica depurada. Después de Tarzán, en el cine, nunca habíamos visto a nadie nadar tan bien. Debió de aprender en alguna playa importante, pensábamos. Como era un buen chico, llegó a ganarse la confianza de todos, y por supuesto, la de Secundino, que algunas noches le dejaba la llave para que saliese a tomar unas cervezas y volviese a la cárcel a una hora prudente. El joven preso nunca lo defraudó: un par de cervezas con los chicos del pueblo y, a las doce en punto, volvía al calabozo. Eso sí que era rehabilitación. Cuando, después del juicio correspondiente, lo trasladaron a la cárcel provincial de A Coruña, el viejo municipal nos comentó: «Agora vaise estropear».

Los tiempos actuales son otros y más complicados, pero también con más recursos técnicos para poder controlar a los presos por delitos menores, que podrían hacer un trabajo útil fuera de las cárceles o aprender un oficio mezclados con la sociedad. Que se queden dentro los peligrosos, los violadores, los que tienen penas mayores. Y con ellos los políticos y banqueros que hayan metido la mano en la caja pública. Para que se rehabiliten bien.