Ante la niebla

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

21 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No recuerdo ahora a quién le escuché decir aquello de que las abuelas son doblemente madres, «nais dúas veces». Es posible, incluso, que fuese a mi propia madrina, a la madre de mi madre, a quien le oí decir eso, que ahora resuena de nuevo, con la fuerza de un canto profético, entre las voces sin nombre de mis recuerdos. En cualquier caso, y venga la frase de donde venga, me parece que hay pocas afirmaciones más ciertas y más sabias que esa. Esta tierra nuestra, y no me cabe duda de que con ella todos cuantos países existen en este mundo, tiene, con las abuelas, una deuda inmensa. Basta con hacer memoria de la propia infancia para entender que nada sería igual sin ellas. El recuerdo de nuestras abuelas, un recuerdo que huele siempre a pan, hace que renazca la saudade (qué maravillosa palabra esa, por cierto; una palabra intraducible que solo con el corazón puede entenderse) del tiempo en el que fuimos otros: de cuando éramos aquellos niños de los que, de alguna misteriosa manera que nunca sabremos explicar (y conste que esto no es un juego de palabras), todos descendemos. Mi abuela materna vivía en Sillobre, en Pedre, muy cerca de donde había nacido. Y mi abuela paterna, que era de Labrada, en la Terra Chá, vivía en Magalofes. Miro ahora las fotos que de ellas conservo, y me sucede algo muy curioso: en los retratos no se parecen demasiado a como yo las recuerdo. Conforme la vida va pasando, las fotos parecen alejarse, de camino a una extraña niebla. Sin embargo, los recuerdos vuelven con más fuerza. La voz de mis abuelas, que casi había olvidado, la escucho perfectamente, de nuevo. Y a mis abuelos los veo, cada día, en el espejo.