Raparigos

José Varela FAÍSCAS

FERROL

18 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Algunas expresiones se agazapan misteriosamente en la memoria, hasta que, en medio de un sueño, enraízan y no se quieren ir. Pienso en una crítica a una obra de Alessandro Baricco que describía su texto como música blanca, que cuando se ejecuta bien es como oír el silencio. Me asaltó esta imagen el domingo pasado en el Jofre, al escuchar al cuarteto Raparigos, en el homenaje a Antón Varela -una explosión de afecto hacia mi hermano Tonecho-. El estilo con el que Xan Silvar, Xavier Fariñas, Ramón Dopico y Rafa Victoria interpretaron las ingeniosas creaciones del compositor cedeirés Rogelio de Leonardo era el arquetipo de la escuela de Constantino Bellón, que, con comedido chauvinismo diremos la escuela ferrolana de gaita: la partitura hecha sonido como por ensalmo, sin intermediación, sin lectura interesada a beneficio del concertista. Un diálogo elegante de dos gaitas bien temperadas y afinadas, con filigranas melódicas entrecruzadas flotando sobre el soporte rítmico de una puntillosa percusión, dulce pero presente. Una digitación austera, casi ascética. Se trataba de una ejecución pulcra, brillante, clara, desnuda, minuciosa y transparente: la madurez interpretativa que exhibieron los músicos de Raparigos fue capaz del matiz y el guiño en su aparente simplicidad, pero mostró también la inconmovible fidelidad a unos principios estéticos -éticos también: prescinden del alarde artificioso de la ornamentación virtuosística, muy al alcance de su técnica-. Lo fían todo, en fin, a la pureza tímbrica de un sonido pulido y satinado: limpio. Solo los gaiteiros de una pieza tienen la gallardía de tocar sin red como lo hizo Raparigos el domingo. Parabéns.