La explosión del polvorín del Montón: mi recuerdo infantil

Fernando Cendán TRIBUNA

FERROL

21 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La lectura del excelente reportaje dedicado a la explosión del polvorín, en Ferrol, el día 22 de junio de 1943, firmado por el periodista y amigo, Francisco Varela, y publicado en La Voz de Galicia, del pasado domingo, día 14, con independencia de su interés y análisis histórico por quién corresponda, me ha permitido revivir un doble recuerdo infantil, personal y emocional, al mismo tiempo, precisamente, porque fui testigo, con doce años y viviendo con mis padres en la calle de Carlos III junto al entonces Hospital de Marina; digo fui testigo del impacto y de las consecuencias derivadas de dicha explosión, en todo caso, negativas y preocupantes, aunque no hubo víctimas, para la población ferrolana de entonces y que voy a señalar muy brevemente desde mi personal recuerdo y visión infantil.

Como preámbulo obligado, recuerdo perfectamente que entre la gente adulta del barrio de Esteiro, y también entre los niños que jugábamos en la calle y en la Plaza de Armas -cursábamos segundo de Bachillerato en el Colegio Rapariz- se comentaba mucho, creo que con más preocupación humana que divina, de que el próximo día de San Juan, el día 24 de junio, nada menos que se acababa el mundo; preocupación un tanto justificada porque sufríamos entonces una gran crisis posterior a la Guerra Civil -año 1941, del hambre, incluido- y la europea, en pleno apogeo. Así que ya se pueden imaginar ustedes cuál sería la impresión que dos días antes de San Juan nos produjo la citada gran explosión, que nos despertó, a las seis de la mañana, a todos los ferrolanos; susto, terror, angustia e ignorancia, porque también desconocíamos su origen en los primeros momentos, así que la gran mayoría de vecinos reaccionamos saliendo precipitadamente de casa a buscar un refugio seguro.

Guarnecidos

En mi caso y junto a otros vecinos, salimos, a buen paso ligero, hacia la plaza de las Angustias, el Cantón, la calle Real, Capitanía, San Francisco, el Puerto, y, siguiendo la vía del tren, hasta el túnel de La Malata, donde ya se encontraban numerosos grupos de vecinos guarnecidos. En el trayecto, pude observar cristales rotos, gente corriendo alarmada, a medio vestir, y, concretamente, en la calle Real, algún escaparate de los almacenes Simeón rotos, lo mismo que los de calzados Ricardo, esquina a Amboage, con algunos zapatos tirados en la calle. Como confirmación de estas impresiones, me he puesto en contacto con otro de mis compañeros de Bachillerato, que reside en Ferrol, Rafael Loureiro Feal, ya retirado como capitán de navío, quien me contó que, junto con su familia, que vivía en la calle María, hizo parecido recorrido, por Canido, hacia el mismo túnel.

La parte emocional

La parte emocional de mi recuerdo tiene para mí, como justificación, el hecho de que el periodista Francisco Varela incluya en su magnífico reportaje, el testimonio de otro niño como yo, Fernando Pérez-Barreiro Nolla, ya fallecido, con el que compartí todo el Bachillerato, Reválida en la Universidad de Santiago, incluida, junto a Loureiro y otros, que formamos el grupo de aprobados, capitaneado por el número uno, que siempre fue Fernando, que también vivía en la calle María, detrás del actual Ayuntamiento.

Y ya para terminar este breve testimonio memorístico (estoy seguro de que el genial Siro lo haría mucho mejor) permítame, amable lector, añadir otros dos recuerdos explosivos por si pueden ser de interés. El primero, se refiere a otras habituales explosiones que por aquella época eran la consecuencia de los disparos que las baterías ferrolanas, de mar y tierra, dirigían a los aviones-espía ingleses que, con bastante frecuencia, pretendían controlar a los submarinos y petroleros alemanes que se refugiaban en la base naval de La Graña.

La segunda explosión, de la que también fui testigo, esta vez desde el atrio de la iglesia parroquial de Castro, en Narón, donde vivía mi familia, tuvo lugar el día 15 de agosto de 1943, en plenas fiestas patronales, entre las 13/14 horas, entre la misa mayor y la preparación de la orquesta para las piezas de aperitivo. Todos lo allí presentes pudimos contemplar cómo una bomba o proyectil hacía explosión sobre la cima del monte Ancos, en Neda. Sobre este particular y a título de novedad, añadiré que en el número 15 de la Revista de Neda, de la que soy colaborador habitual, correspondiente al año 2012, todavía sin distribuir, porque no está oficialmente presentada, el autor Carlos Romero Vega se refiere a este acontecimiento, concretamente al vuelo de tres avionetas y a la caída de una bomba, que no explotó, junto a la puerta de entrada a la fábrica textil de Jubia; pero la que si explotó fue la que yo vi en la cima del citado Monte.