El hombre que aprendió a surfear con 60 años

Carlos Bremón

FERROL

«GILDE»

Juan Abeledo consiguió cumplir uno de sus grandes sueños después de muchos años de espera: tener una tabla de surf y aprender a cabalgar las olas. Tenía entonces 60 años.

10 abr 2013 . Actualizado a las 18:36 h.

Una finísima lluvia moja el asfalto de la carretera que baja a Doniños, mientras que levísimos velos de bruma vuelan sobre el lago, entrando en el valle desde un revuelto y espumoso océano. Detengo mi coche frente a una pequeña casa de planta baja, pintada de blanco con ventanas azules, incrustada en la ladera de la colina que domina el lago. Voy a entrevistar a un hombre con el que, desde hace mucho tiempo, tengo ganas de conversar, pero haciéndolo con calma, saboreando los pasajes de la charla, viendo fotos, recuerdos, y muchas cosas que atestiguan una manera de vivir que muchos, os lo juro, envidiaríamos.

Se llama Juan, Juan Abeledo el de Doniños, y los antiguos surferos lo conocemos de la época en la que venir a esta playa era toda una aventura, en los tiempos de las tablas largas, de las primeras ilusiones de descubrir, de soñar, de vivir.

-¿Desde cuándo eres local de Doniños?

-Desde que en 1946 me casé he estado viniendo a esta playa. En el 59 nos hicimos esta casita para poder estar más tiempo. Antes, acampábamos en los prados que hay en el extremo norte de la playa.

-¿Cómo era la playa?

-Era maravillosa por la soledad, un sitio privilegiado por sus condiciones climáticas, su arena dorada, su pesca. Antaño no venía mucha gente a la playa. Además, el último kilómetro había que hacerlo a pie, así que aún menos.

-¿Crees que ha cambiado el clima?

-Si, hace 40 ó 50 años en los inviernos llovía más, hacía más frío. Incluso los veranos eran muy lluviosos. Las sequías en Galicia eran impensables.

-Fuiste un pionero en la Pesca Submarina. Cuéntanos algo.

-En 1950 un amigo y compañero de Bazán de Madrid, Fernando Oliver, vino a veranear y se trajo un fusil de pesca submarina. Cuando terminó sus vacaciones se lo compré y empecé a pescar con él. Era un primitivo °Nemrod" de dos metros de largo. Entonces estas aguas eran un paraíso de la pesca. Solo había pescadores con caña, que con tanza atada a una larga vara, lanzaban desde las rocas. Cogíamos sargos en aguas de un metro de profundidad, en la misma orilla. Las centollas y los percebes abundaban también en el extremo de la playa en donde acampábamos. Yo le preguntaba a Matilde, mi mujer, ¿qué quieres hoy para comer? Podía elegir a su gusto, pescado, marisco, pulpos, mejillones, etc. Llegamos a pescar róbalos de 6 kilos. Luego fuimos perfeccionando nuestro material, haciéndolo más práctico, aunque siempre de forma artesanal ya que no había otra solución. Construimos otros fusiles con piezas de los antiguos incluso con madera. Resolvimos el problema de su flotación colocándole una esfera de corcho que encontramos en la orilla de la playa. Éramos capaces de fundir una culata de aluminio en una simple cocina de leña. Es difícil transmitirte la sensación tan maravillosa que nos invadía cuando, después de muchos trabajos con la mente y con las manos, conseguíamos construir algún instrumento, o realizar un invento, como por ejemplo el de la red atada a un alambre de cobre con flotadores de corcho en la que introducíamos la pesca que se iba logrando. Era fantástico superar los inconvenientes y resolver los problemas que se planteaban, sólo con nuestro propio ingenio y nuestras manos. Por supuesto pescábamos sin traje, hasta que decidimos construir uno con telas engomadas que habíamos localizado en A Coruña. Pero al probarlo, a pesar de que nos abrigaba, tuvimos que prescindir de él, ya que tenía un grave inconveniente: ¡flotábamos demasiado! También hicimos máscaras de goma en las que el aire entraba desde el tubo y nos permitía respirar más cómodamente por boca y nariz. Recuerdo un personaje, que hacía su vida por todas estas playas. Había sido marino de guerra, pero lo expulsaron por motivos políticos y lo conocíamos por el sobrenombre de El Escapado. Era un pescador extraordinario. Llevaba un rollo de tanza de un centenar de metros que, a mano, sin caña, lanzaba desde los acantilados o desde la playa. Siempre estaba caminando por estos arenales, viviendo de lo que pescaba. En una ocasión en que dormía junto a la pesca conseguida, fue atacado por una bandada de gaviotas que querían robarle el pescado. Fue una cosa muy extraña, puesto que las gaviotas no suelen atacar nunca. Se salvó gracias a un perro que siempre le acompañaba, que consiguió ahuyentarlas. En otra ocasión, un compañero de trabajo me pidió ayuda para hacerse una caseta de madera junto a la playa. Me dijo que le habían dado dos meses de permiso y que se proponía pasarlos viviendo en ella y haciendo pesca submarina. Era, más o menos, por marzo y abril.

-¿Más anécdotas?

-Recuerdo que en otra época un amigo me propuso ir a pescar todos los domingos, para después llevarla el lunes de madrugada, antes del trabajo, a venderla a la lonja del pescado. Lo que cogíamos lo envolvíamos en helechos y con nuestras bicicletas recorríamos los 12 pedregosos kilómetros que nos separaban de Ferrol. Pero esto duró tres meses; renuncié porque me di cuenta que habíamos transformado una diversión en una obligación y aquello ya no tenía gracia.

-Se que hiciste labores de salvamento en la playa, cuando nadie sabía ni se preocupaba por este asunto.

-Sí, fue a raíz de sacar del agua, entre mis amigos y yo, a un matrimonio estaba a punto de ahogarse. Me di cuenta de que había que estar más prevenidos para este tipo de accidentes y aparte de proveerme de algo de material, cuerdas, salvavidas, etc. Desde aquel incidente inevitablemente solía estar atento a la gente que se bañaba. Fue instinto adquirido a raíz de lo que pasó. Más adelante, el Ayuntamiento y Federación de Salvamento nos aprovisionaron de material, pero en el fondo el tema era tratado un poco banalmente Recuerdo, sin embargo, que cuando me nombraron socorrista oficial me regalaron mi primer traje de goma. Para mí aquel traje fue uno de los mejores regalos de mi vida, estaba como un chiquillo con él. Después de tanto tiempo de pasar frío (ya sabes como está el agua en Doniños) al fin podría disfrutar de cierta comodidad.

-Otra faceta curiosa tuya fue el excursionismo, ¿no?

-Bueno, todo el entorno de Ferrol lo recorrimos a pie. Pero también había que hacer cosas más importantes. Fuimos varías veces hasta el Monasterio de Caaveiro, en plena fraga (selva) del Eume, total, 36 kilómetros entre ida y vuela hechos por zonas de espeso bosque por las agrestes márgenes del río. En una ocasión fuimos en tren hasta Villagarcía de Arousa. De allí a Sanxenxo, en donde en un barco de pesca atravesamos la ría de Pontevedra hasta Bueu para después ir caminando hasta el monte Santa Trega, en A Garda, en donde desemboca el río Miño, la frontera con Portugal. Llevamos nuestros víveres, en especial aceite, azúcar y arroz que habíamos ido ahorrando de nuestro consumo diario en Ferrol, ya que en aquellos años estaban racionados. También entre tres amigos y yo nos construimos una piragua en la que cabían seis personas. Con ella fuimos hasta A Coruña en tres horas. Otra vez a Betanzos en una accidentada excursión que duró 15 días. Al salir al mar abierto para pasar de la ría de Ferrol a la de Ares, nos sorprendió una fuerte marejada y lluvia, que nos obligó a separarnos una milla de la costa, antes de virar a toda prisa para empopar las olas. Desde los barcos de pesca nos llamaban locos y no les faltaba razón. Al caer la tarde llegamos a la playa del Raso, en Ares, en donde acampamos y dormimos estupendamente, después del miedo pasado. Por cierto, algún tiempo después de esta aventura, surgieron problemas con uno de los tres socios, que intentó hacer un uso inapropiado de la embarcación. Mi otro amigo y yo, entonces, tomamos una decisión. Lo citamos un día en el muelle para entregarle su parte de la sociedad. No asistió a la cita, y previendo esto, ya íbamos provistos de sierra; medimos los dos metros de piragua, aserramos y la dejamos allí. La piragua quedó un poco más corta, pero como ya sólo éramos dos, servía igual.

-¿Cuándo conoces el surf?

-De forma indirecta, desde los 60 años, época en que compré mi primera tabla. Mi hijo que estudiaba Náutica en A Coruña y que había empezado a surfear hacía poco, se compró una tabla en Santander. Cuando apareció con ella le dije que yo quería otra. El intentó hacerme desistir: «¡Papá,tú estás tatarí!». Pero ante m¡ insistencia se fue a A Coruña y me trajo un longboard, de los que entonces hacía Rufino. Yo la bauticé con el nombre de Gaviota y pinté una en la propia tabla. Y con ella es con la que aprendí a surfear, con la que surfeé y con la que aún me meto en verano, aunque cojo las olas acostado, puesto que el médico me dice que tengo una fuerte artrosis en la rodilla. No sé si hacerle mucho caso...

-Primeros contactos con el surf

-Yo, sin embargo, conocía el surf desde que tenía 18 años (en 1934) a través de libros, documentales y alguna revista, y siempre me atrajo la idea de poder practicarlo. Yo miraba las olas de mi playa y soñaba que, algún día, podría surcarlas montando en una de aquellas míticas tablas de los hawaianos...

-Construcción de tablas, inventos, parafina, trajes de goma, ¿cómo os hacíais con todos estos materiales?

-Rufino ya fabricaba tablas en A Coruña. En cuanto a trajes de goma, yo use siempre el mío de pesca, el que me había regalado el Ayuntamiento. En cuanto a inventos, primero las famosas gomas de neumático, atadas a una cuerda, y después el más sofisticado tubo de plástico con cuerda por dentro. Todo hecho por mí, claro. En cuanto a parafina, la de la Cerería Poupariña.

-Aparición de los primeros surfistas

-Unos amigos de mi hijo, de Santander, fueron que yo sepa los primeros forasteros que surfearon estas olas. Recuerdo el nombre de dos: Pedro Beraza y Solana. Estuvieron acampados varios días y disfrutaron mucho de aquel surfari totalmente salvaje. También, aparte de gente de A Coruña que ya venía por aquí, un buen día apareció una furgoneta con ingleses. Recuerdo que les bajamos alguna vez potas con caldo gallego, que les gustaba mucho. Estuvieron algún tiempo; cuando se marcharon nos dejaron dinero para recogerles el correo y remitírselo a Inglaterra. Creo que aún les debo unas 100 pesetas, ¿verdad, Matilde? (Juan mira sonriente para su mujer, quien, echando atrás la cabeza, ríe la ironía de su marido)

-Historia reciente del surf en esta zona

-Bueno, los comienzos fueron nuestros propios comienzos, de mi hijo y míos. Luego los hermanos Antón, unos surferos de los de verdad, que verano tras verano se pasaban todo el día en las dunas esperando las mareas y las olas. Rufo, Jóse, Bar¡, etc. y ¡el gran Tito! dejaron en mi grandes y felices recuerdos... Más tarde llegasteis vosotros, Nano, Chedas, Montalbo, tú mismo. Finalmente, el boom de estos últimos cinco años.

-Opinión sobre el surf actual

-Es fabuloso, me apasiona verlo. Es muy diferente del antiguo, básicamente porque en las olas malas también se hacen cosas extraordinarias.

-¿Tablas cortas o «longboards»?

-Con tablas cortas puedes hacer mas cosas, pero te exige una preparación física extraordinaria, gran coordinación y juventud. Las tablas largas proporcionan un surf más relajado, más tranquilo, más... ¿cómo te diría? Más festivo. Gozas tanto o más que con las pequeñas.

-¿Y los «bodyboards»?

-¿Los qué? (Se lo aclaro). ¡Ah, sí!, me parece muy interesante por sus posibilidades, es mucho más seguro, más sencillo. Yo, posiblemente, si no tuviera la Gaviota, quizás me compraría uno.

-¿Cómo ves las rompientes en Doniños estos últimos años?

-Muy variables. No veo una lógica. La tendrá, pero yo no se la encuentro. Vientos corrientes marejadas, la dirección que traigan éstas, las alturas de las mareas en los momentos claves, etc. Es un tan alto número de factores que me parece poco menos que imposible ya no predecir, sino simplemente averiguar las acusas. Ha habido también extracciones arena mediante dragas, a pesar de estar prohibido. Venían amparándose en la oscuridad de la noche, pero veías las luces mientras trabajaban. Sin embargo, en playas poco batidas puede causar daños irreparables, pero en Doniños es muy difícil. Hay años que pescas en cuevas de roca a cinco metros de profundidad, y al año siguiente ves que han desaparecido, que hay encima tres o cuatro metros de arena.

-En relación con el bosque y con las dunas ¿qué nos podrías decir?

-El bosque tiene 25 años, fue un acierto el plantarlo. Hoy es un paraíso de senderos de arena, hierba, hojarasca de pino, para correr, pasear, abrigados del viento e incluso de la lluvia en invierno, o del sol demasiado fuerte en verano. En cuanto a las dunas te puedo asegurar, y tengo muchas fotos de hace 50 años que así lo atestiguan, que siguen igual. No han variado ni de forma ni de cantidad. Pero si no se impide la extracción de arena, no durarían ni un año y, entre otros daños a la flora y la fauna, las aguas del mar llegarían a las casas que están al pie del monte.

-¿Crees que se debería dedicar un área de cámping en Doniños?

-Por supuesto. Miles de personas acampan libremente cada año y lo que no puedes es ir contra el deseo de la gente de disfrutar de la naturaleza, pero hay que arbitrar los medios necesarios para que no se dañe el entorno, como ahora está sucediendo. Se dice «No acampar» y nadie vigila que esto sea así, ni tampoco se crean zonas de acampadas con los servicios necesarios. Los inconvenientes de la civilización ya han llegado a Doniños, pero no sus ventajas. Y esto es una obligación pendiente que tiene el Concello de Ferrol.

-¿Te gustaría ver tu playa solitaria como siempre, o con muchos surfistas en el agua?

-Al progreso nadie le puede poner la proa, pero preferiría, aunque tuviese que prescindir de mi tabla, que siguiéramos viniendo los pocos que hace años veníamos. Incluso en verano, Matilde y yo nos bañábamos desnudos.

-Tú, que has hecho surf en solitario, ¿qué piensas del localismo, aún más, del localismo a ultranza?

-Dados los problemas y derechos de unos (los locales) como de otros (los de fuera), debería de regularse de alguna forma. El mar está ahí y no está para los locales solo. Si voy a hacer surf y veo gente, me meto, porque surfear así es divertido, pero si viese mucha gente en el pico esperaría.

-Te he visto bajar con tu nieto a la playa y te juro que me enternece veros, el verte guiándolo en sus primeros pasos surferos. ¿Te gustaría que se dedicase intensamente, profesionalmente, al surf?

-No, intensamente no. Sí que haga deporte, que le guste. ¿Profesional? El temor que me surge es que le pase como a mí, cuando aquellos tres meses vendí los peces que pescaba. Si conviertes una diversión en una obligación, pues eso, se acaba la diversión.

-En Doniños, en tu playa, hay dos temas importantes. Uno es el lago y otro el campo de tiro de la Marina

-El lago es pequeño, unos 800 metros de diámetro. Es un importante punto de parada y descanso de las aves migratorias. Tendrías que ver a las mamás patas con sus hijitos nadando entre las hojas de nenúfar... Es una belleza difícil de describir, que está ahí para que la disfruten solo los que la desean ver. En cuanto al campo de tiro, creo que conoces lo que le sucedió a mi hijo hace unos años.

-Sí, pero cuéntanoslo

-Aquel día, que era domingo, surfeaban Juan y dos amigos más en el área que está frente a la zona de tiro. Ya sabes que en domingo no hay prácticas, pero aquel día parece ser que se había permitido tirar a los componentes de un club privado. Mi hijo, de pronto, siente extraños chapoteos en el agua, y a los pocos instantes algo le golpea en un hombro y lo derriba de la tabla, al tiempo que nota un intenso dolor cerca de la nuca. Sale del agua, asustado, comprendiendo que una bala le ha hecho impacto al ver que tiene un agujero en el neopreno del traje. Sube al campo de tiro muy enfadado y allí le hacen una cura de le herida que tiene, superficial. Yo estaba pintando acuarelas en una duna cerca de allí y Juan viene a contarme lo sucedido. Sin embargo, no me convence de que parezca estar bien, por lo que me lo llevo a un médico a Ferrol. Lo examina con rayos X y, sorprendentemente, la bala está alojada casi rozando las vértebras cervicales, por lo que hay que ingresarlo en el hospital para extraerle el proyectil. Al final todo sale, milagrosamente, muy bien.

-Juan cumple 76 años en Agosto [la entrevista original se publicó en el año 1992]. Sin embargo, él es la demostración de lo que es capaz nuestro organismo si no dejamos que se oxide por el sedentarismo. ¿Cómo es tu vida diaria?

-Variadísima. Aprovecho el día a tope. Escucho la radio, veo la televisión, leo la prensa. Mira, ahí tengo la del domingo sin leer. No me da tiempo a leerla todos los días. Luego, chapuzar en casa. Si no tengo ninguna ocupación pendiente cambio las cosas de sitio. Carpintero, albañil, electricista, hasta peluquero. ¿Sabes que la última vez que fui al peluquero fue en 1950? Me cobró 12 pesetas. Ahora yo mismo me sigo cortando el pelo. Durante el día bebo mucho agua, sobre dos litros, mezclada con hierbas aromáticas (romero, cola de caballo, orégano, pasionaria). Hago la infusión y me la bebo. También he pintado cuadros, casi todo del mar. Pero sucedió que, para evolucionar en mi pintura, tenía que perder muchas horas de playa, de charla con los amigos, de surf, de pesca, etc. Y decidí colgar los pinceles. O lo hacía bien, o no lo hacía. Y por supuesto, hago deporte todos los días. Corro ocho o diez kilómetros un par de veces a la semana, gimnasia, nadar, bicicleta y caminar con Matilde.

-¿Qué piensas de la vida?

-Pues que es muy bella, «a pesar de...» Si puedes realizar tu camino de vida sonriendo, mucho mejor.

-¿Podríamos sacar más partido de nuestra vidas?

-Por supuesto. Yo traté de sacar partido de mi vida todo lo que pude. Verás, recuerdo una anécdota que te ilustrará lo que digo. Cuando se empezó a poder escoger la jornada intensiva de verano en mi empresa (de 8.00 a 14.00 horas), me daba la posibilidad de disfrutar de la vida al aire libre todos los días, pero también ganaba mucho menos dinero, que nos hacía mucha falta. Así fue, que al año le dije a mi mujer que, sintiéndolo mucho, iba a renunciar a la jornada intensiva ese verano, ya que necesitábamos aquel dinero. Pero al año siguiente ya no tuve duda, cogería, estaba totalmente seguro, la jornada intensiva.

-¿Crees en la reencarnación?

-Yo, no. Matilde sí porque «es budista...» Yo no se lo creo (Risas).

-Cuando ves a la novia o a la esposa de un surfista esperar en la orilla, ¿qué piensas?

-Pienso que los recuerdos viven. Matilde, cuando yo disfrutaba en las olas, ella disfrutaba también. Por cierto, me acuerdo del susto que le di cuando, por una caída en una ola, tuve la luxación del hombro. Me llevaron al hospital, y te puedes imaginar mi entrada allí, con el traje de goma aún puesto y explicándole a los médicos las razones de mi accidente. Ellos me decían: «¡Pero abuelete!», solo les faltaba llevarse el dedo a la sien. Yo les contestaba: «Aquí estoy, para que me compongáis el brazo para volver otra vez al agua». Si alguien creyó que me iba a cortar, estaba muy equivocado.

-¿Piensas, como nosotros, que el surf es algo más que un deporte?

-Sí, cierto. Yo con 60 «tacos», lo primero que hacía por las mañanas era abrir las ventanas para ver cómo estaba el mar y, fíjate que felicidad, casi siempre estaba bien. El mar es algo vivo, tiene su carácter, cambia de humor... Bueno, el hacer surf es de locura. Imagino lo que sentirá un joven, que puede hacer maravillas en las olas. Es fantástico hasta cuando te da revolcones la ola.

-¿A que crees que es debido que tú tengas tan buen nivel físico?

-Disfrutar de la simple salud. Mira, yo empecé a trabajar a los once años, unas 12 ó 13 horas diarias y descansaba solo las tardes de los domingos. Por eso, años más tarde, cuando pude alcanzar mayores cotas de libertad, de vida al aire libre, supe el valor que ello tenía, así como la salud y el buen estado físico como condiciones esenciales para ello.

-¿Crees que has hecho suficiente surf en tu vida?

-Ni la décima parte. Aunque con los años de madurez se calmaron mis ansias de coger olas (la naturaleza es muy sabia), ahora me conformo con ir de rodillas. Creo que supe aprovechar mi oportunidad, a pesar de tener sesenta años cuando se me presentó. No me consideré mayor para aprender y disfrutar del surf. Por cierto, ahora me quiero comprar una tabla de vela, pero Matilde no me deja.

-Todos con suerte llegaremos a la tercera edad. A todos, me permito opinar, nos gustaría ser de mayores como tú. ¿Qué nos recomiendas para ello respecto del cuerpo y del espíritu?

-Sed buenos con los demás. Dormid con la conciencia tranquila. Hay gente que cifra su felicidad en el consumo. Para mí es felicidad, por ejemplo, ver como un gato se estira tomando el sol. Matilde y yo hemos vivido siempre nuestra vida, sin preocuparnos de lo que hacían los demás, ni si ellos se preocupaban de lo que hacíamos nosotros. Sin dinero, eso sí, pero felices disfrutando de las muchas cosas que sí estaban a nuestro alcance.

-Siempre te he oído decir que cada día que ves amanecer, es un día que nos es regalado, a mayores.

-Es cierto. Y tengo que preparar mi mente para cuando me muera, porque quiero hacerlo alegremente, diciendo «¡Hasta aquí llegué!»

Cuando Juan me dice estas palabras, ninguna emoción turba su rostro. Solo se refleja en él una honda, tranquila serenidad.

Esta entrevista fue publicada originalmente en la extinta revista de surf Surfer Rule, en el año 1992, por Carlos Bremón