Luna de miel

Miguel Salas

FERROL

12 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

uerido papá: tengo un problema con uno de mis alumnos. Más que con él, que es un buen chico, con su nombre. Ya te he comentado alguna vez que, visto lo difícil que nos resulta a los profesores extranjeros recordar los nombres chinos de nuestros alumnos, existe en Taiwán la tradición de que, al comenzar las clases, adopten uno en el idioma que se proponen aprender.

Parece broma, pero es asunto de gran responsabilidad y me da más de un quebradero de cabeza. Sucede, para empezar, que algunos profesores taiwaneses les dan a los chavales nombres que dejaron de usarse hace décadas, así que no es infrecuente llegar a clase y encontrarse un pimpollo de dieciocho años que responde al nombre de Sandalio, o una chica monísima, vestida a la última y fan de Lady Gaga, que ha elegido llamarse Marciana.

Para más inri, algunos de los alumnos son tozudos, y se empeñan en llamarse cosas que no son, propiamente, un nombre: Casillas, Morientes o Cervantes son habitantes esporádicos de nuestras aulas, y eso que nos resistimos más que los del departamento de inglés, que tienen joyas como Proteína, Final Feliz o Caballero Oscuro.

Pero es que este año tengo un alumno que se llama Cielo. Y cada vez que me dirijo a él las paso canutas. «Cielo, abre la ventana», «Cielo, haz el ejercicio» y qué quieres, no acabo de sentirme cómodo. Ya verás cómo el año que viene tengo alguno que se llama Cariño, Lindo o Chato y mi clase se convierte en una luna de miel.

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