El soldado de Roma cuya capa llegó al Cielo

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro FERROL/LA VOZ |

FERROL

San Martiño do Porto custodia el recuerdo de uno de los más bellos milagros del mundo, que hasta pintó el Greco: el del obispo de Tours, que vio a Cristo cubrirse con la media capa que él había regalado a un mendigo

11 oct 2010 . Actualizado a las 15:04 h.

La historia, a quien mejor se la he oído contar, es a Félix Villares Mouteira, al que ya en otras ocasiones hemos citado. Al canciller de la Curia, valedor de poetas injustamente olvidados y canónigo de la catedral mindoniense. Recuerda Félix que el milagro, que ha sido llevado al lienzo nada menos que por El Greco -el mismo prodigio cuya representación en piedra, un tanto dañada por el paso del tiempo, puede contemplarse sobre la entrada principal de la iglesia de San Martiño do Porto, en el municipio de Cabanas- tuvo lugar en la ciudad de Amiens cuando su protagonista no era aún obispo de Tours, sino soldado de la guardia imperial de Roma.

Resulta que iba Martín -San Martiño, aos nosos efectos- a caballo, allá por el invierno del año 337, cuando no muy lejos de las puertas de la ciudad vio a un mendigo temblando de frío. Sacó su espada, cortó en dos su capa, y le dio la mitad a aquel pobre hombre, explicándole que no podía entregársela entera, puesto que la mitad de cuanto llevaba consigo no era propiedad suya, sino del Ejército. Pero a pesar de no haber entregado la capa entera, aquella misma noche se le apareció Jesucristo en sueños. Y Martín/Martiño comprobó, sin necesidad de abrir los ojos, que Nuestro Señor se cubría con aquella misma prenda. Con la mitad que el jinete le había entregado al mendigo, naturalmente. En el atrio me cuentan que son muchos los peregrinos que mientras se dirigen a Santiago creen ver al Apóstol, a caballo, en la fachada del templo. «Eu unhas veces dígolles que non o é, que é San Martiño, pero outras veces dígolles que si, porque todo é ao mesmo prezo e ata parece que seguen a viaxe máis contentos, xa que a moitos lles parece coñecido o sombreiro», explica un parroquiano, antes de echarse a comentar que la forma y el color de las nubes podría indicar que se acerca la lluvia, aunque también podría ser -reconoce, sin poner especial entusiasmo en ninguna de las dos posibilidades- que la lluvia no se acerque. Bien se conoce que él es, además de hombre de paz, persona poco dada a fingir la posesión de virtudes proféticas. Suena, nada más terminar la conversación, una campana. Cosa que siempre ayuda mucho, ya sea en medio de un reportaje o de una novela. Podríamos haberle preguntado a Julio, que estaba allí al lado, a unos metros, qué toque era aquel, que llegaba, traído por el viento, tal vez desde muy lejos, hasta un lugar en el que también había campanas, pero estas en silencio. Mas ya ven ustedes: no se nos ocurrió hacerlo. A pesar de que Julio, Julio o das Abellas , no es solo un auténtico maestro apicultor, sino un gran campanero.