El mal oculto en San Felipe

FERROL

El hijo de Amada García, fusilada con siete vecinos dos días después de nacer él, pide un reconocimiento a las víctimas

28 ene 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Para hablar del mal absoluto no es necesario trasladarse a la Alemania nazi. Está mucho más cerca, en los agujeros que las balas dejaron en uno de los rincones más fríos del castillo de San Felipe. Allí se perpetró hace 71 años un drama execrable, el fusilamiento de Amada García y de otros siete vecinos de la comarca: Juan José Teijeiro Leira, José María Montero Martínez, Ángel Rodas Gelpi, Antonio Eitor Caniña, Ramón Rodríguez López, Jaime González Pérez y Germán López García.

Es difícil no horrorizarse ante la ejecución a sangre fría de una mujer de 27 años que dos días antes había dado a luz a un niño, su segundo hijo, y que fue condenada por comunista tras un proceso penal «lleno de irregularidades», según el historiador Enrique Barrera.

Hasta los soldados del pelotón advirtieron la bestialidad de semejante cosa. En la primera tanda, afirma Barrera basándose en el testimonio de presos que vieron los hechos, evitaron tirar contra ella y, cuando solo Amada seguía en pie, tiraron otra vez tratando no herirla de muerte. No sirvió de nada.

El escándalo de ocultarlo

El segundo hijo de Amada, Gabriel, visita ese muro de San Felipe cada año en compañía de su familia. Ayer volvió, acompañado de representantes de Fuco Buxán, Asociación Memoria Histórica Democrática, la teniente de alcalde, Yolanda Díaz; amigos y parientes. Recordó lo sucedido en ese lugar hace 71 años con enorme entereza, y reconoció que le «escandaliza» que esa parte de la fortaleza ilustrada, que paradójicamente fue testigo de semejante barbaridad, «esté siempre cerrada con candado».

Recordó también la tortuosa trayectoria de su familia. Como su hermana se recluyó en uno de los monasterios más duros de Galicia, el de Eirís, tan tradicionalista que «las monjas rechazaron la excarcelación, porque eso era como una cárcel, cuando el papa la otorgó». Recordó el exilio en Argentina de María José Leira, amiga de su madre, que se marchó de Galicia tras serle conmutada la pena de muerte por bordar una bandera comunista y perder a su marido, que era maestro, fusilado.

Los años de represión pesan. La familia de Amada no quiso que se hiciese una película sobre su historia. Pero nada puede estar enterrado para siempre, y su nieta, la hija de Gabriel, «sí quiere que se haga», explicó su padre, que rechaza que «un gobernante que se dice de izquierdas, como Xaime Bello, accediese a ponerle una plaza a Camilo José Cela, que colaboró con el régimen, y no a Amada García».

Gabriel cerró su discurso con una promesa: instalar, «aunque sea a escondidas», una placa en la que se recuerde lo que sucedió allí y a las personas que perdieron la vida «por la libertad y la democracia». Y es que, en el recuerdo, «tenemos derecho a estar todos o que nos quiten a todos y olvidar lo que pasó».