En el Oceanográfico de Vigo estudian el impacto de los microplásticos en el ecosistema: «Lo estamos encontrando en alta mar y a grandes profundidades», advierten. El 15% de los peces de la costa española contienen partículas de este tipo en su estómago
17 dic 2018 . Actualizado a las 15:21 h.Los desechos de plástico matan un millón de pájaros y unos 100.000 mamíferos marinos al año y se estima que el 80% de esta polución proviene de actividades terrestres. Lo dice un informe de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Muchos de ellos son claramente visibles al ojo humano pero otros, imperceptibles, se cuelan silenciosos en nuestras vidas sin que muchas veces seamos conscientes.
Los microplásticos son partículas inferiores a 5 milímetros de tamaño. Hay dos tipos: primarios, que ya se fabrican con ese tamaño, para un uso determinado (cosméticos o pasta de dientes). Y secundarios, que son los que resultan de la degradación o erosión de plásticos de mayor tamaño (un paseo por la playa basta para encontrarse con un escenario repleto de bolsas, botellas, etc... que pueden terminar convirtiéndose en microplásticos). Pero hay fuentes de microplásticos mucho mayores en las que ni reparamos, como el desgaste de los neumáticos o el polvo en suspensión de las ciudades, la famosa boina. «De momento, y en los organismos que hemos estudiado, el impacto de los microplásticos no está teniendo efectos importantes pero a largo plazo sí podría tener consecuencias sobre los ecosistemas. Desde el punto de vista de su repercusión en nuestra salud, eso todavía no ha sido analizado», explica Juan Bellas, del Oceanográfico de Vigo. De todas formas, hay que tener en cuenta que en nuestra vida diaria estamos expuestos al plástico a niveles mucho más elevados de lo que pueda suponer la ingesta de pescado, del que además solemos descartar la parte donde se encuentran los microplásticos (vísceras, estómago...): «Vestimos con plástico, comemos y bebemos en utensilios de plástico... ».
En el Centro Oceanográfico de Vigo llevan un lustro estudiando los efectos de los microplásticos sobre el ecosistema marino. «El uso y mala gestión del plástico ha llevado a que nos estemos encontrando este material en zonas donde no debería haberlo. Es llamativo. No tendrían por qué contener microplásticos especies que habitan ahí. En alta mar y a grandes profundidades», explica Juan Bellas, investigador experto en contaminación marina. Claro que esta situación todavía es más evidente en las rías, cerca de zonas pobladas e industrializadas: «Aproximadamente un 15% de los peces de la costa española o cercanos a la línea del litoral contenían partículas de este tipo en su estómago». Sin ir más lejos, una de las especies con más salida comercial en nuestro país, la merluza.
¿Es el plástico en sí mismo un peligro? «El plástico es un material inerte -explica Bellas-. No es reactivo desde el punto de vista químico, pero puede causar daños desde el punto de vista mecánico o abrasivo. Que un pez lo ingiera y obstruya el aparato digestivo o las vías respiratorias. Además -añade-, en una zona de gran hidrodinámica, esas partículas de plástico pueden golpear ese organismo». Sin embargo, sí supone una amenaza química en cuanto se le suman aditivos, «varias decenas de sustancias». Una de las principales líneas de trabajo del Oceanográfico consiste en estudiar el papel del microplástico como vector de contaminantes. «Nuestro organismo modelo de estudio en contaminación marina, muy usado en todo el mundo, es el mejillón. También tenemos bastante experiencia con fases embrionarias y larvarias de invertebrados marinos, bien de mejillón o de erizo de mar, y últimamente hemos empezado a trabajar con pequeños crustáceos, los copépodos (el personaje Sheldon J. Plankton en Bob Esponja)». De momento, los resultados analizados no arrojan efectos sobre las larvas de invertebrados, con las que todavía hay que ensayar respuestas a más largo plazo pero sí hay evidencias de las consecuencias de los microplásticos como vector contaminante. «Hemos expuesto nuestros organismos modelo a microplásticos cargados con contaminantes y hemos visto cómo la toxicidad de esos compuestos se traslada al organismo del ser vivo. Con copépodos el microplástico -incluso aún sin carga contaminante- puede llegar a causar una disminución del potencial reproductivo en estos pequeños organismos que forman parte del plancton marino. Podría llegar a haber por tanto un efecto poblacional», asegura Juan Bellas.
Cada vez son más habituales imágenes de animales atrapados, envueltos o rodeados de plásticos que no deberían estar ahí, pero... ¿Pueden llegar a confundirlos con alimento? «Los animales en el océano responden a ciertos estímulos que desencadenan un comportamiento alimentario. Se ha demostrado que las tortugas pueden confundir bolsas con medusas, que son una de sus fuentes naturales de alimento. Existe también una hipótesis -no confirmada- según la cual el comportamiento predador de los peces puede venir determinado por un estímulo causado por el plástico, en lugar de por una presa que sería lo normal, llegando a confundir una fibra con poliqueto, por ejemplo».
En el foro Económico Mundial de Davos (Suiza), se presentó un estudio que advertía de que, de seguir esta tendencia, en el 2050 habrá más plástico que peces en los océanos. Cada año acaban en el mar ocho millones de toneladas de basura, de las cuales el 80% se corresponden con botellas y bolsas de plástico. «Hay muchos factores que están interviniendo. Es un problema complejo -advierte Bellas- Para empezar, el plástico viene de la industria del petróleo, una industria muy potente. Además hoy es mucho más barato producir nuevo plástico que reciclarlo. Si desde el punto de vista económico sale más rentable usarlo y tirarlo, imagínate...
Todo pasa, primero, por una concienciación individual, por un consumo responsable en nuestra casa. Evidentemente, el plástico es muy útil y no podemos desecharlo pero sí podemos consumirlo de forma más responsable. Y por supuesto -sentencia este investigador del Oceanográfico de Vigo- hay exigir a las autoridades que regulen ese uso. Y a la propia industria, claro».