
Se calcula que, cada año, diez millones de toneladas de basura acaban vertidas directamente en los mares y océanos. Basta con dar un paseo por cualquiera de nuestras playas para comprobar que esa afirmación no peca, en ningún caso, de exagerada, ya que es fácil toparse con productos sanitarios, papel, latas, colillas y, sobre todo, plástico, el más abundante y desafiante de los desechos marinos. Según la Dirección General de Sostenibilidad de Costa y Mar, en las costas españolas hasta un 70% de la basura marina está compuesta por materiales plásticos, uno de los residuos que más tardan en degradarse.
Sin embargo, el problema del plástico, además de su resistencia, durabilidad y versatilidad, es su amplia gama de impactos y su elevada producción, ya que actualmente se utiliza para casi todo tipo de actividades. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), actualmente hay más de 5,25 billones de trozos de plástico flotando en el mar, algunos de los cuales vagan por el océano durante años. Estamos plastificando el planeta, e instituciones como la Comisión Europea quieren atajar ya el problema.
Por supuesto, el impacto medioambiental es enorme, con graves repercusiones tanto para el equilibrio del ecosistema marino como para la salud del ser humano, a nivel microscópico y macroscópico. Además, afecta a la economía, ya que el plástico se utiliza como un recurso ilimitado y, desde 1950, su producción se ha incrementado de forma insostenible. Según Plastics Europe, en 2016 se produjeron más de 300 millones de toneladas de plástico en el mundo, y algunos expertos estiman que en 2050 puede haber más plástico que peces en el mar. No es de extrañar, por tanto, que la protección y conservación de los océanos sea uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, o que la Comisión Europea haya lanzado la primera estrategia europea de los plásticos en la economía circular, reflejando lo urgente que es ya la situación. El Parlamento Europeo ha aprobado el proyecto de la Comisión para acabar con los plásticos de uso único (platos, cubiertos, pajitas, etc.) a partir de 2021.
Uno de los puntos que contempla esa estrategia de la Unión Europea es el uso de las nuevas tecnologías para ampliar nuestras posibilidades de reacción ante esta epidemia de plásticos. Un claro ejemplo es LitterDrone, un proyecto español nacido de la colaboración de la Universidad de Vigo, la Asociación Española de Basuras Marinas y Grafinta que ha visto la luz gracias a la financiación de la Comisión Europea. A través de cámaras de alta precisión situadas en drones, este proyecto fotografía y categoriza las basuras marinas de las playas, facilitando la identificación de las zonas de mayor acumulación y ayudando a localizar las fuentes de dichos residuos.
Ante esta situación, es imprescindible reaccionar cuanto antes y tomar conciencia de una vez por todas de un problema de tanta gravedad. Debemos recoger el testigo y evolucionar juntos hacia un modelo de Responsabilidad Extendida Medioambiental, en el que todos nos responsabilicemos no solo de los productos que compramos y utilizamos, sino de qué se hace después con ellos una vez finalizan su vida útil.
A ello hay sumar el apoyo de las autoridades que, tanto a nivel local como comunitario, deben poner en marcha políticas de control y fomentar el desarrollo de proyectos que pongan el foco en este problema, tal y como ha hecho la Comisión Europea con LitterDrone.
Los recursos de nuestro planeta son finitos, y estamos llegando a un límite a partir del cual no habrá marcha atrás. Ese límite está representado perfectamente por nuestros océanos, cuya biodiversidad y sostenibilidad es fundamental para nuestra supervivencia. Sin embargo, no hace falta irse al Pacífico para ver una isla de plástico. El problema está aquí, delante de nosotros, en nuestras ciudades, ríos y costas. Y no se solucionará mientras sigamos pensando que la responsabilidad es de otros.