Dos iconos americanos de los años cuarenta

Por Alejandro Minguez

MOTOR ON

El ourensano Manuel Álvarez disfruta reparando motocicletas y atesora , entre otras clásicas, una Harley de 1942 y una Indian de 1947. Dos auténticas bellezas.

20 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Indian y Harley-Davidson son las dos grandes marcas de motocicletas norteamericanas por excelencia. Nacidas casi al mismo tiempo, a principios del siglo XX, con solo dos años de diferencia a favor de Indian, fueron las únicas que sobrevivieron a la Gran Depresión y capaces de extender su producción durante años. Dos firmas rivales en su momento, con millones de seguidores en todo el mundo que miman unidades de todas las épocas.

El ourensano Manuel Álvarez lleva el aceite en las venas, no en vano su abuelo fundó la empresa Ángel Álvarez Quintela, del sector de la ingeniería mecánica y mecanizados en el polígono Barreiros. Hace ochenta años que sus abuelos ya viajaban de Ourense a Marín en moto y el amor por las dos ruedas lo han heredado generación tras generación en esta familia. Ha tenido muchas motos, igual que su padre y su abuelo y ha tratado de hacerse con alguna de las unidades que pertenecieron a su familia, pero no con demasiado éxito. Llegó a cambiar, eso sí, una Royal Enfield que tuvo que comprar por una New Imperial que había sido de su abuelo, tras muchas negociaciones con los propietarios de la moto en aquel momento. «Siempre hubo motos en casa -explica-, y mi abuelo ya reparaba motores», algo que se ha convertido en su profesión y su afición. Recuerda la ilusión que le hacía la BMW R27 de 250 centímetros cúbicos de los años cincuenta que su padre compró en 1973 siendo él un niño. Era como la que utilizaba el Subsector de Tráfico de la Guardia Civil y estaba guardada en un garaje al que acudía con su hermano, nervioso para limpiarla y sacarla a la calle para ir de paquete de su padre. Cuando tenía que dibujar una moto siempre hacía una réplica de aquel modelo, que aún conserva su padre en la actualidad.

HARLEY DEL EJÉRCITO

Manuel Álvarez disfruta reparando las motos, «es una satisfacción arreglarlas y verlas reparadas», dice, y conserva dos unidades clásicas de las legendarias marcas americanas datadas en los años cuarenta. «Me gustan las motos grandes, potentes, me gusta su sonido». En España se hacían muy buenas motos, pero de un perfil diferente a los gustos de este ourensano.

La Harley-Davidson, en tono granate y con maleta de piel, es de 1942, uno de los pocos modelos denominado WL que se comercializaron al margen de la producción destinada al ejército americano para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Tiene 750 centímetros cúbicos y es de procedencia holandesa. Manuel Álvarez tuvo que vender varias motos en su día para hacerse con ella. La compró ya en España en mal estado e invirtió personalmente muchas horas de ocio en su restauración, es un verdadero artesano de los motores. Con matrícula histórica, en la actualidad está lista para salir a la carretera. Sospecha que la unidad que atesora fue inicialmente militar WLA y pudo ser abandonada en Holanda y después convertida en un modelo civil, aunque carece de documentación que lo acredite. En aquellos años, si salían 13.000 unidades de las fábricas de Harley-Davidson para el ejército, solo 200 a mayores eran para comercialización civil.

UNA INDIAN TRAÍDA DE OREGÓN

La Indian negra con las características ruedas con protección de la línea chief llama la atención allá adonde va. Es de 1947, posterior a la Segunda Guerra Mundial, una vez que la marca recuperó la comercialización tras la producción casi exclusiva para las fuerzas armadas durante la contienda bélica por imperativo gubernamental. La compró por Internet «a un señor de Oregón», en Estados Unidos, explica Manuel Álvarez, y a causa de las inclemencias del tiempo, al ser invierno y estar casi sepultada por nieve, tardó en llegar a la ciudad de As Burgas. Tuvo que repararla y mejorarla para llegar al estado actual, también con matrícula histórica. Lleva un potente motor de 1.200 centímetros cúbicos y dos cilindros, impresionante para la época, sobre todo si se compara con lo que se producía en Europa en aquel momento, con cilindradas mucho más bajas.

Les da poco uso, pero las tiene siempre a punto. «Se trata de repostar combustible, conectar un fusible y nada más» relata satisfecho del resultado de tantas horas de trabajo los fines de semana. No quiere que se deterioren, por eso las tiene cuidadosamente tapadas, aunque bien podrían estar en un museo.