Brunetti, un comisario con paladar gourmet

SABE BIEN

«Las aguas de la eterna juventud», como las anteriores novelas del policía veneciano, está repleta de referencias culinarias: todo un acercamiento a la gastronomía de un país, desde cenas lujosas a humildes bocadillos callejeros.

03 abr 2016 . Actualizado a las 10:36 h.

Paccheri con tonno, farfalle con radicchio y gorgonzola, pimientos amarillos rellenos de carne y ricotta, berenjenas al horno, ciambella con zucca... no es la carta de un restaurante italiano, aunque todos estos platos los encontraremos en letra impresa. Son algunas de las comidas que sustentan la actividad de Guido Brunetti, el comisario veneciano creado por Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) y que ha alcanzado su novela número 25. Como en las 24 anteriores, Las aguas de la eterna juventud (Seix Barral) retrata al policía en su actividad cotidiana y, cómo no, esto incluye su faceta gastronómica. Tanto si por trabajo debe acudir a una cena lujosa, como si el deber no le deja más remedio que comprar un bocadillo y comerlo en la calle, lo relacionado ocupa un lugar importante en la rutina de Brunetti, sin olvidar las habilidades en los fogones de su mujer, Paola. Si el comisario es profundamente humano, como han destacado muchos críticos, su apetito no puede faltar en las novelas.

La pasta aparece varias veces a lo largo de la novela, aunque siempre lo hace bajo sus más diversas formas. Hay espaguetis (con marisco), pero también paccheri (en forma de tubo amplio) o farfalle (pajaritas). Pero, por muy popular que sea la pasta, la cocina italiana es mucho más rica y variada, y Brunetti hace gala de no paladar sin prejuicios. Disfruta de unos pimientos amarillos rellenos de carne y ricotta, de unas albóndigas (polpette) con patatas y boletos, de bacalao (merluzzo) con espinacas, berenjenas con cebolla y tomate... sin olvidar los quesos: ricotta, gorgonzola o pecorino affumicato. Rara vez lo vemos quejarse de la comida: la única, cuando compra un tramezzini (sándwich) en un bar y hubiese preferido que no tuviese tanta mayonesa. Tampoco faltan los postres, como una ciambella, una especie de bizcocho de forma circular, con zucca (calabaza) y uvette (pasas), o la tarta de manzana de Paola, un clásico ya de las novelas de Brunetti. Esa receta está incluida en El sabor de Venecia. A la mesa con Brunetti (también en Seix Barral), escrito a medias entre Leon y Roberta Pianaro. Además de casi un centenar de platos, el volumen incluye textos de la autora norteamericana sobre la vida culinaria en la ciudad italiana y extractos de las novelas que acompañan cada receta, desde entremeses a postres, pasando por entrantes, pescados, carnes y un muy agradecido capítulo dedicado a las verduras.

Por encima de todo, Brunetti encarna a una persona para quien la comida puede pasar del refinamiento y la exquisitez al ansia insaciable, como el sándwich que le pasa un compañero y engulle en seis bocados: «Es lo mejor que he comido en mi vida. Y no tengo ni idea de lo que era». Nos pasa a todos. Eso sí, Brunetti sabe a quién debe rendir pleitesía. Lo hace después de asomarse peligrosamente a una ventana para limpiar un canalón y darse unas palmadas en la barriga. «Tus dotes culinarias me han salvado la vida», le dice a Paola.