El «dieselgate» ya tiene sus teorías de la conspiración 

EXTRA VOZ

PATRIK STOLLARZ

El escándalo del software trucado de Volskwagen que sacude estos días a la economía mundial podría ser solo la punta del iceberg de una guerra soterrada por el control de la tecnología que moverá los coches del futuro

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado lunes, tras un mes de silencio en su cuenta de Twitter, Jeremy Clarkson decidió teclear un nuevo mensaje a su audiencia (5,5 millones de personas) en Internet: «Acabo de comprarme un Volkswagen, me importa su potencia, no lo que eche por el tubo de escape». El tuit del polémico periodista británico, que está rehaciendo su carrera profesional en Amazon después de ser echado de la BBC por agredir a un compañero de trabajo, venía precedido por un artículo en The Sunday Times en el que, al hilo de las primeras noticias sobre el ya conocido como dieselgate, Clarkson alzaba un nuevo trofeo en su colección de escándalos:  «Lo de Volkswagen tiene la misma importancia que engordar un poco un currículo vitae», aseguraba el que (mientras no se demuestre lo contrario) es el periodista de motor más influyente del mundo -un lobby unipersonal encerrado en 1.90 de estatura-, con una fortuna estimada en  sesenta millones de euros y durante años  un pertinaz defensor de la marca alemana en su programa Top Gear, con una audiencia de 350 millones de espectadores). 

En su artículo, Clarkson insistía en una tesis que siempre ha mantenido con tanta terquedad como lo es su apoyo incondicional a VW: los ecologistas, y los políticos que los secundan, serían unos tocanarices que obligan a la industria del automóvil a plegarse a sus caprichosas exigencias. «Primero hicieron creer al mundo que los nuevos coches diésel eran los más eficientes desde el punto de vista medioambiental y de pronto cambiaron de opinión, obligando a las marcas a hacer carísimos reajustes técnicos para que las emisiones estuvieran por debajo de lo permitido». A partir de este razonamiento, según el autor de perlas como «¿Quien  querría comprarse un Seat León hecho por españoles cuando podría tener un Volkswagen fabricado por alemanes?», concluía su artículo  más o menos así, antes de calificar las teorías ecologistas como «ciencia-ficción»: «Este golpe puede ser muy duro para Alemania y, si la economía de este país se resiente, a ver quien rescata a los griegos o acoge a los refugiados sirios. ¿Quién hace más daño, VW o los ecoadivinos?». Dejando de lado el estilo bravucón que siempre preside su personaje público, tras la colaboración periodística de Jeremy Clarkson se destilan las que podrían ser las auténticas razones de que este escándalo hubiese salido a la luz.  Como diría el clásico: «Es la economía, estúpido». Porque el mismo informe de Transport & Environment del que tiró Estados Unidos asegura que en Europa los coches diésel contaminan un 40 % más de lo que certifican. Y ya hablamos de un estudio con todas las marcas en una sartén que quema. 

En los últimos días se ha podido leer de todo sobre un caso que afecta a millones de automóviles (incluidos Seat -sí, también el León?- y Skoda): que si fue una venganza que viajó desde España, después de que Volkswagen denunciase a su competencia por pactar precios; que si fue un ataque de la industria automovilística estadounidense a la vista de que VW conseguía entrar con cierta fuerza en este mercado; que si Volkwagen fabrica sus coches en México; que si Mercedes, que al parecer tiene previsto ir liquidando sus modelos diésel, quiso tomar ventaja en la carrera de los híbridos enchufables; que si Estados Unidos está castigando a Alemania por su proximidad a Rusia en determinados intereses... Si viviese, Michael Crichton tendría material suficiente para escribir un nuevo best-seller, como aquel Punto Crítico en el que, a partir de un leve accidente aéreo se destapa toda la guerra sucia que mantenía la industria aeronáutica para controlar el cotarro. Como aseguraba esta misma semana el columnista de un diario económico, «la industria del automóvil es demasiado grande e importante como pensar que todo es inocente».

Tal afirmación trataba de rubricar la validez de una de las últimas teorías de la conspiración que han saltado a la hoguera: el coche eléctrico sería el que habría disparado por la espalda a Volkswagen. Lo cierto es que, con los datos en la mano, razones no le faltarían a esta industria. Si echamos un vistazo a la bolsa, la empresa estadounidense Tesla, el gran referente mundial en investigación y desarrollo del automóvil eléctrico, es la que más se ha beneficiado en bolsa con las noticias relativas a Volkswagen, dentro del desplome general. También podrían entrar en juego  Google y Apple, ambos sancionadas e investigadas por Bruselas, que llevan un tiempo tratando de meterse en el mercado del automóvil sin conductor. El guion de Crichton podría ser apasionante.

Superioridad... ¿en todo?

Pero, dejando de lado lo que de momento es ciencia-ficción, lo que sí  se presenta como una auténtica realidad es el engaño de Volkswagen, cuyo motor EA189, tanto en las cilindradas 1.6 o 2.0, estaba contaminando 40 veces más de lo que permiten las leyes estadounidenses. La marca Alemania, que ha servido entre otras cosas para vender durante las últimas décadas una imagen de superioridad técnica, también ha desarrollado una tecnología capaz de sortear a los controles y hacer creer a los compradores estadounidenses que estaban adquiriendo vehículos diésel limpios. Esto en el mercado americano, claro está. En Europa, la tolerancia ha sido tradicionalmente mayor, pese a la reciente entrada en vigor de la Euro6, porque Angela Merkel se ha preocupado en los últimos de defender con uñas y dientes la industria automovilística de su país. Ello no ha impedido que en los últimos tiempos países como Francia hayan tomado medidas drásticas.

Así, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, anunció hace unos meses que dentro de cinco años los coches diésel no podrán circular por el centro de la capital y que en determinadas zonas solo podrán transitar vehículos públicos y privados dotados de sistemas de propulsión «ultra-limpias». Una medida similar fue anunciada por el PSOE madrileño en la campaña de las últimas municipales. En cualquier caso, en el plazo de cinco años en España -donde la proporción de gasoil y gasolina es de 2 a 1 y el sobrecoste de los sistemas anticontaminación, en torno a los seiscientos euros así como el previsible incremento de las tasas administrativas lo hacen cada vez menos rentables- habrá restricciones importantes para la circulación de automóviles diésel en las grandes ciudades, donde las estaciones de medición registran habitualmente una media de concentraciones de NOx superior a los niveles que permite la Unión Europea.

Doble moral

El escándalo salpicó a la canciller alemana mientras se fotografiaba al lado de las novedades que mostraban las marcas de su país en el Salón de Fráncfort.  Aunque en los últimos meses algunas denuncias sobre lo que estaba haciendo Volkswagen habían salido a la luz, ni la Comisión Europea, ni mucho menos el ministerio de Industria germano (o el español, no olvidemos que Seat monta tanto...) dieron paso alguno para que los técnicos investigasen el asunto. El presumible liderazgo alemán en tecnología, dentro de Europa, no tiene su correspondencia en medio ambiente. Una doble moral parece dirigir este país: se apresura a anunciar el abandono de la energía nuclear tras el accidente de Fukushima al tiempo que potencia sus centrales de  carbón, se erige en líder moral europeo abriendo sus puertas a los refugiados sirios mientras crea  el caos en Europa. Y ahora ha tenido que ser  la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos, un país cuyo presidente ha anunciado públicamente su batalla contra la contaminación medioambiental, la que diese el paso definitivo tras recibir en informe de la Universidad de Virginia. Como apuntaba esta semana un editorial en The Times, «mientras Europa asegura que protege a sus ciudadanos, pero lo hace con la boca pequeña, EEUU lo hace y listo». 

Hace pocos meses tuvo que ser este país el que golpease primero sobre la mesa para acabar con la corrupción de la FIFA hasta que después Suiza se decidió a seguir judicialmente sus pasos. Quizás esta vez no haya conspiraciones, solo lo que se ve. 

Quizás.