Cincuenta sombras o la nueva novela rosa

La Voz LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

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22 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La trilogía «Cincuenta sombras» es una obra escrita por una mujer para las mujeres, que son sus principales lectoras. En este sentido E. L. James, podría ser la nueva Corín Tellado.  Se trata fundamentalmente de una novela rosa, que por supuesto acaba bien. El «aggiornamento» de la novela rosa exige que adquiera carga erótica explícita. Esto es lo que ha llevado a calificar a «Cincuenta sombras de Grey» como «porno para mamás». Frente a este fenómeno editorial y cinematográfico, se abren dos principales líneas de crítica. Una apunta a la calidad. Otra, al posible efecto de elogio y difusión de conductas enfermizas y machistas en las relaciones sexuales y amorosas.

Respecto a la calidad, nada que decir que no se haya reiterado. La novela no es el «Decamerón» de Boccaccio, ni la película alcanza la maestría de la que hizo Pasolini, que también llevó al cine «Los cuentos de Canterbury». Pensando en un filme de ambiente contemporáneo, recordemos una obra de alto contenido erótico: «El último tango en París». Para algunos se reduce a la escena de la mantequilla. Pero Bertolucci pone de manifiesto que, para que el goce sea máximo, se debe renunciar a hablar y no se debe conocer la vida del otro. «El último tango en París» no tiene un fin de novela rosa, y la película fue censurada en la época (1972) en España: suponía un acto de libertad ir a verla al extranjero.

Sobre «Cincuenta sombras de Grey» se avanza una nueva forma de censura, la de la opinión conveniente, que juzga que sus millones de lectores (mayoritariamente mujeres) son menores de edad a tutelar: no sea que se vayan corriendo a buscar a un amo. No entienden que el juego erótico no es la perversión, y que el común de los mortales sueña con lo que el perverso realiza. La novela juega con la virginidad de la protagonista, para que la transformación erótica tenga más peso. Esto es un clásico, cuyo máximo exponente está en Justine o los infortunios de la virtud del marqués de Sade. Sabemos que el «divino marqués», como lo llamó Jacques Lacan, construyó una filosofía para justificar su perversión. Sade decía que sus impulsos eran divinos porque formaban parte de la creación divina. Cincuenta sombras no alcanza al Sade que pedía: «Un esfuerzo más, para ser republicanos», simplemente adapta la novela rosa a la época en la que el porno ha pasado a convertirse en el paradigma general de la vida erótica.

No me apuntaré a la nueva Inquisición que promueve, en la sociedad de la supuesta permisividad de los goces, una nueva censura. La misma sociedad que critica el burka, solo admite desnudarse si es por una buena causa. Por eso proliferan los calendarios eróticos solidarios. No se trata de responder a «Cincuenta sombras» con un nuevo puritanismo, sino con auténticas obras de arte que no retrocedan ante la diversidad de los goces, y no confundan la diferencia sexual con la desigualdad. Los críticos con el fenómeno que representa «Cincuenta sombras» dirán que es un problema de educación. La educación de las mujeres es un tema que insiste a lo largo de la historia (Rousseau, libro V del Emilio). Será porque siempre se percibió que las mujeres son menos influenciables por la opinión políticamente correcta. Seguirán leyendo lo que les interesa, y tomarán de ello lo que les conviene.