Andrew Solomon: «La depresión es una lucha diaria»

EXTRA VOZ

BENITO ORDOÑEZ

Ha padecido depresión durante más de veinte años y aún confiesa que tiene recaídas. partiendo de  su terrible experiencia personal con esta enfermedad silenciosa y devastadora, Andrew Solomon llevó a cabo una exhaustiva investigación sobre la patología que plasmó en «El demonio de la depresión»

22 feb 2015 . Actualizado a las 15:33 h.

Lleva más de veinte años luchando contra la depresión, esa enfermedad silenciosa que causa estragos en nuestras sociedades. Le marcó de tal forma que Andrew Solomon (Nueva York, 1963) decidó escribir un libro a partir de su experiencia personal y mediante entrevistas con otros enfermos, médicos, científicos, investigadores farmacológicos, responsables políticos y filósofos para escribir El demonio de la depresión, que publicó en el 2001 y ahora se edita en España en una versión aumentada y revisada. Con este libro, ganó el National Book Award y fue finalista del Pulitzer. El diario londinense The Times lo incluyó en la lista de los cien mejores libros de la década. Solomon escribe de política, cultura y psicología en los principales medios estadounidenses, es profesor de psiquiatría en la Weill-Cornell Medical College y asesor especial en cuestiones LTGB de la Universidad de Yale. Es autor del monumental Lejos del árbol, un libro que explora los casos de 300 familias con niños con discapacidades físicas, mentales o sociales, autistas, esquizofrénicos, sordomudos, enanos, transexuales, niños prodigio o con síndrome de Down. 

-¿Todo el mundo habla de la depresión, pero qué es realmente?

-Siempre digo que lo contrario de la depresión no es la felicidad sino la vitalidad. Consiste sobre todo en la pérdida de motivación, de energía, de interés en estar vivo, de capacidad de hacer las cosas más básicas de la vida cotidiana, la sensación de que todo es tan difícil que no merece la pena intentar hacerlo. Puede incluir también una sensación de intenso dolor emocional, elementos de tristeza, la pérdida de capacidad de dormir, comer o pensar correctamente. La esencia no es tanto la angustia, aunque está presente, es la pérdida de la fuerza para vivir.

-¿Es una enfermedad mental, física o ambas cosas a la vez?

-Lo físico y lo psicológico son dos palabras diferentes para referirse al mismo tipo de problema. No hay duda de que la depresión se experimenta de las dos maneras. Hay un proceso biológico que hace que tengas sensaciones horrorosas, pero al mismo tiempo también sufres dolor en las interacciones con el mundo que te rodea. En general, la depresión se produce cuando coinciden una vulnerabilidad biológica con estímulos externos que la activan. 

-¿Qué tratamiento es más eficaz?

-Utilizamos la palabra depresión para describir una amplísima gama de experiencias que afectan a gente muy diversa. Pero lo más fiable y frecuente es usar una combinación de tratamiento farmacológico y psicológico.

-Dice que la depresión es una enfermedad de la soledad. ¿Cómo se puede ayudar entonces a las personas que la sufren?

-La gente me pregunta continuamente qué debe hacer para ayudar a su mujer, a su hermana, a su hija que en plena depresión solo quieren estar solos. Siempre les digo que no se les puede dejar solos. La depresión es una enfermedad de soledad, a los deprimidos les cuesta mucho seguir interactuando con los demás, de manera que a veces hay que sentarse a su lado en la cama, sin hablar. Aunque hasta eso puede ser estresante para el enfermo y tienes que irte a la habitación de al lado. Pero no te vayas del todo, hay que estar ahí, porque la depresión aumenta cada vez más con el aislamiento. El amor no cura la depresión, pero los enfermos que se sienten queridos tienen más motivación para salir de la enfermedad. Pero hay que tener en cuenta que hay personas muy queridas que sufren depresión todos los días e incluso algunas se suicidan.

-¿Cuál ha sido su propia experiencia con la depresión?

-Cuando murió mi madre en 1991 mediante un suicidio asistido tras una larga batalla contra el cáncer pasé un período difícil. Yo tenía 27 años. En 1994, cuando publiqué mi primera novela, comencé a sentirme cansado todo el tiempo y solo quería dormir y dormir. Me di cuenta de que no tenía vínculos con el mundo. La novela iba muy bien, pero me daba igual que tuviera éxito o no. A veces me levantaba a comer, tenía que sacar la comida, echarla en el plato, cortarla, masticarla, tragarla, era un viacrucis. Cuando veía los mensajes en el contestador del teléfono, en lugar de alegrarme porque me habían llamado mis amigos me decía ahora tendré que devolver las llamadas. Todo me suponía un esfuerzo enorme. Luego empecé a sentir dolor, el mero hecho de vivir cada momento era una angustia, no quería hacer nada y entonces comenzó la ansiedad. A veces digo que si tengo que pasar una semana deprimido vale, pero si es con una fuerte ansiedad, no, porque es insoportable esa sensación de estar aterrorizado todo el día sin saber qué es lo que te asusta, esa sensación de que esa angustia va a durar hora tras hora, día tras día, semana tras semana. Un día cuando me iba a levantar me sentí tan aterrorizado que no podía moverme, me quedé en la cama, pensé que había tenido un ictus porque no podía hacer nada. Después de cuatro horas pensé que tenía que llamar a alguien y justo en ese momento sonó el teléfono y era mi padre, al que le dije que viniera a ayudarme.

-Estaba tan mal que quiso quitarse la vida tratando de contagiarse el sida.

-Realmente no intenté suicidarme, era una pulsión autodestructiva, exponiéndome al sida, porque pensaba que me daría una excusa y nadie me podría echar la culpa de que me mataba. Afortunadamente no funcionó. Solo fueron unas pocas semanas. Tenía un pensamiento distorsionado. 

-Asegura que tiene recaídas, no ha vencido totalmente a ese demonio.

-No he superado completamente ese demonio, pero ya no tengo episodios como los que he descrito. La mayor parte del tiempo me siento bien, pero paso por rachas en las que todo me agobia. Cuando tengo una depresión ya sé lo que tengo que hacer, cambio la medicación,  cambio lo que hago, echo mano de mi marido, mis hijos, mi familia, mis amigos. Sigo tomando antidepresivos, yendo a psicoterapia y cuando empiezo a sentirme mal me pregunto si es una respuesta razonable a una experiencia difícil o estoy empezando a deprimirme. Ya no tengo esos derrumbamientos, pero debo seguir controlando la depresión. No es tan malo como antes pero hay que manejar la depresión durante toda la vida. Una vez que la padeces está ahí, metida en el cerebro para siempre.  Podemos convivir con ella pero no hacerla desaparecer. Cada día es una lucha.

-¿Admitir una depresión sigue siendo tabú en nuestra sociedad?

-Menos que antes, pero sigue siendo un tabú en muchos círculos. Las personas tienen la sensación de fracaso cuando sufren depresión, piensan que es un signo de debilidad. Eso hace que aún sea un tabú. Piensan también que nunca mejorarán, porque uno de los síntomas de esta patología es sentir que es infinita. Ese sentimiento de que durará siempre, que no mejorarás, que no puedes hablar de ello y nadie te va a entender y que nada tiene sentido forma parte de la patología. Yo he escrito este libro, doy conferencias, no puede haber nadie más abierto a hablar sobre la depresión que yo. Cuando me siento bien puedo contarlo todo sobre la depresión, pero cuando tengo una pequeña recaída y tengo que cancelar una cita no digo que he recaído y por eso no puedo ir, sino que pongo excusas como que me duele la cabeza, porque incluso para mí, cuando estoy pasando una depresión, el estrés de hacerla pública es enorme.

-En España aún hay mucha gente, por ejemplo en las empresas, que considera sospechoso tomarse una baja por depresión.

-Lo que hay que decir a la gente que piensa eso es que la OMS considera que es la tercera causa de discapacidad del mundo y puede ser  mortal si deriva en suicidio. Hay una gran pobreza de lenguaje, utilizamos la misma palabra para describir cómo nos sentimos cuando hemos tenido un día difícil y estamos cansados y para describir a alguien que está a punto de tirarse por un puente. Una cosa es sentirse mal, decepcionado o triste y otra ese desencanto vital de los deprimidos.

-Los antidepresivos tienen mala fama, hay médicos que dicen que provocan enfermedades.

-Parte de esa mala fama tiene que ver con la idea de que no son naturales, que de alguna manera alteran la personalidad y el carácter. Pero tampoco es natural llevar gafas. Un 20 % de la población los toma. Los antidepresivos pueden tener efectos secundarios muy desagradables, de eso no hay duda. Pero son muy útiles y de gran ayuda para mucha gente. Coexisten dos problemas simultáneos. Hay gente que se sobremedica, toma demasiada medicación que no necesita y experimenta todo tipo de  efectos secundarios. Otros se inframedican, tienen tanto miedo a estas medicaciones que no las toman y al final acaban viviendo una vida desaprovechada, vacía. 

-¿Hay cada vez más casos de depresión?

-Por un lado,  la depresión se diagnostica con mayor frecuencia porque hay más tratamientos. En 1950 si estabas deprimido no había nada que hacer. Pero también creo que tiene una mayor prevalencia. Cada año aumenta la tasa de depresión. La vida moderna es muy alienante, todo va muy rápido, la gente no duerme lo suficiente, no come bien, está aislada de sus familias. Hay gente que no interactúa con nadie, va a su trabajo, vuelve a casa, cena ante el televisor, se acuesta y así día tras día. También interactuamos demasiado tiempo con las máquinas, incluso más que con las personas. Hace falta alguien que te escuche, que te devuelva la mirada, necesitas a otro ser humano. Como resultado de todo esto la gente se siente alienada y tiene más posibilidades de sufrir depresión.

-¿Qué ha aprendido acerca de la depresión que no supiera tras escribir el libro?

-Mucho. Antes de escribirlo no tenía ni idea de cuánta gente sufría esta enfermedad. Ahora no puedo ir por la calle sin que me pare alguien para hablarme de su caso. Me he dado cuenta de que en la mayoría de los casos es tratable, pero mucha gente no llega al tratamiento o bien porque tiene miedo o no sabe lo que le pasa y no busca ayuda o si la ha buscado no ha recibido un buen tratamiento. Aunque estaría encantado de no haber pasado por esa experiencia, me ha enseñado mucho y me ha hecho ser más profundo, tener más empatía y ser más cariñoso. He comprendido que esa experiencia no fue desperdiciada sino que me ha permitido ayudar a otros y relacionarme mejor con una parte muy oscura de mi vida.