Hace doce meses, compañeros de trabajo alrededor de la máquina de café repartían el tiempo entre palmadas y chistes sobre una cosa llamada coronavirus, y si se vendía o no en tiendas de chinos. Y jaja. Ese era el nivel de inconsciencia.

Hace doce meses, en un grupo de WhatsApp amigos de Galicia, León, Asturias, Londres, Bilbao, Canarias, Soria, Madrid y hasta en alta mar, terminaban de planificar su encuentro para unas semanas después. Nadie se cuestionaba no poder siquiera juntarse. Ese era el nivel de improvisación.

Hace doce meses, algunos gobiernos empezaban a cerrar colegios por Europa. Cuando esa decisión llegó a España, los niños salían de clase intranquilos. «Serán unas semanas», les decían. Ese era el nivel de ingenuidad.

Hace doce meses, alrededor de una mesa de un bar en Covas, Ferrol, a la hora del café unos vecinos veían por televisión cómo se clausuraban tiendas y cafés en Italia. «Eso aquí es impensable, la gente saldría a la calle». Asentimiento general. Ese era el nivel de simpleza.

Hace doce meses, quien esto firma entrevistó al presidente Alberto Núñez Feijoo. Acababa de convocar las elecciones autonómicas para el 5 de abril. En toda la conversación, hora y media, ni una sola pregunta hizo este periodista sobre el covid. Ese era el nivel de ceguera.

Inconsciencia, improvisación, ingenuidad, simpleza, ceguera. Todo saltó por los aires, y doce meses después, por el retrovisor se puede ver el silencio a lo largo del planeta, rostros cubiertos de la nariz al mentón, camiones desinfectando calles vacías, improvisada misa de las ocho aplaudiendo desde casa a los sanitarios, hospitales colapsados por una amenaza fantasma, la inédita suspensión de unas elecciones que solo pasaba en tiempos de guerra... Todo ello sin un grito de más, con un cumplimiento social ejemplar y un nivel de asunción de responsabilidades que ha sido una enorme lección colectiva. Conscientes de que, o se sale de la mano de la ciencia, o no se sale. Merece la pena recordarlo. Al menos por los más de 2.200 gallegos a los que, a la hora de escribir estas líneas, se llevó el bicho.

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Lecciones de un tiempo y de un país