China reivindica su éxito en el control de la pandemia

La cuna del virus presume de su éxito con la recuperación de la vida social y el crecimiento económico

Desinfección en el mercado de Wuhan el 4 de marzo del 2020.
Desinfección en el mercado de Wuhan el 4 de marzo del 2020.

Pekin | E. La Voz

Wuhan, que durante el mes de febrero de hace un año vivía un estricto y largo confinamiento de 76 días, se ha convertido en la imagen de la victoria china contra el covid-19. Las calles llenas de gente en las áreas comerciales, restaurantes abiertos y bares a rebosar de jóvenes hasta altas horas de la noche son la prueba que exhibe el Gobierno de que la pandemia está controlada en China. Incluso cuando en diciembre se volvieron a activar las alarmas ante los rebrotes registrados en el nordeste del país, Wuhan siguió siendo el ejemplo de que gracias al esfuerzo colectivo se podía superar la epidemia. El Gobierno permitió concentraciones multitudinarias al aire libre para festejar con una cuenta atrás la llegada del año 2021, un ritual que no tiene tradición en China. Y luego, durante el Año Nuevo chino, la ciudad mantenía el ambiente de fiesta en sus calles.

Comparado con el resto del mundo, China ha conseguido superar con más éxito la epidemia. Las cifras oficiales dan un balance que no llega a los 90.000 contagiados y 4.636 muertos, sobre una población de 1.400 millones de habitantes. Es evidente que la , pero todo indica que la transmisión del covid-19 ha sido mucho menor que en Europa o América.

Un payaso interactúa con el público en una calle de Wuhan en diciembre del 2020
Un payaso interactúa con el público en una calle de Wuhan en diciembre del 2020

La receta de Pekín ha sido control estricto sobre la población y la movilidad, acompañado de test masivos y rastreos. El Gobierno actúa de forma selectiva confinando barrios o ciudades cada vez que se detectan nuevos brotes. Y no le tiembla la mano a la hora de paralizar la economía, como ha hecho con el sector turístico durante las fiestas del Año Nuevo Lunar.

China no duda en exhibir su triunfo. Las imágenes de homenaje al trabajo del personal sanitario acompañadas de las de Xi Jinping se proyectan en la mayor pantalla de leds del planeta, situada en The Place, un céntrico espacio comercial de Pekín. Anuncios parecidos se pueden ver reiteradamente en los canales de televisión. 

La privacidad se sacrifica sin debate

El mensaje es claro, patriótico y no habla de crisis sanitaria: el presidente Xi Jinping ha dirigido con éxito la bautizada como guerra del pueblo contra el coronavirus. A pesar del balance de éxito, el covid-19 ha dejado una nueva normalidad. Las mascarillas han llegado para quedarse, junto a los códigos de salud, una app que todo el mundo lleva en el móvil. El control sobre los movimientos de los ciudadanos es total, pero en China la privacidad se sacrifica sin debate a cambio de la seguridad.

Hace un año algunos analistas especulaban sobre que el covid-19 podía ser el Chernóbil chino, en referencia al accidente nuclear que precipitó la caída del régimen soviético, pero el resultado ha sido todo lo contrario. El Partido Comunista y su líder, Xi Jinping, han salido reforzados y reivindican su gestión. Wuhan no es la prueba de un fracaso, se ha convertido en el símbolo de la fortaleza del sistema.

Para conseguirlo han ejercido un control absoluto sobre la información. Los blogueros o periodistas que informaron sobre los errores y el colapso hospitalario vivido en las primeras semanas en Wuhan han sido silenciados o detenidos o han desaparecido. La escritora Fang Fang, que se hizo famosa en las redes sociales al escribir un dietario que relataba su vida confinada sola con su perro, ha sido represaliada al publicarlo en forma de libro en el extranjero. Ahora no encuentra editor para sus novelas en China. Ella misma ha denunciado que los ataques en Internet, donde abundaban los calificativos de «traidora» o «imperialista», le hacían revivir los tiempos de la Revolución Cultural.

Otro de los efectos de la pandemia es que China opta por aislarse del exterior. Físicamente cerró sus fronteras, incluso a los residentes extranjeros. Y muchos de ellos siguen sin poder regresar, por las trabas burocráticas. Pero también ha decidido apostar por la autosuficiencia para evitar depender de la tecnología extranjera y poner el foco en su mercado interior. Pekín defiende el mensaje de que el país es seguro, mientras que el peligro está en el exterior, que no ha conseguido controlar el virus. China reivindica su modelo autoritario, frente a lo que no duda en calificar de fracaso de las democracias occidentales. Y ahora despliega una «diplomacia de vacunas» para fortalecer su papel de potencia mundial. 

El desarrollo de las vacunas se convirtió en una política de Estado 

El Gobierno chino ha convertido el desarrollo de las vacunas en una política de Estado y ha incentivado con préstamos y subsidios al sector. La farmacéutica privada Sinovac, desarrolladora de la vacuna CoronaVac, construyó una nueva fábrica en Pekín con terrenos donados por la ciudad y acceso a préstamos a bajo interés. CanSino Biologics, otra empresa privada, se asoció con el Ejército para diseñar su vacuna.

China fue el primer país en padecer la epidemia y también el primero en superarla y reiniciar la actividad. Esa posición le ha permitido aprovechar la demanda generada en las economías occidentales, paralizadas por el covid-19, para impulsar sus exportaciones. El PIB del gigante asiático creció un 2,3 % en el 2020 y, de hecho, es la única gran economía que cierra el año de la pandemia con un crecimiento positivo.

Pero las recetas económicas chinas son difíciles de trasladar a otros países. Para empezar, sus dimensiones son las de un continente. El tamaño de su mercado, junto a la capacidad de movilizar personas y recursos, no es comparable con el de los países europeos. A ello hay que añadir que el Gobierno es absolutamente libre para adoptar e implementar sus medidas modificando las normativas que sean necesarias. El cierre de bares o restaurantes se acepta con estoicismo, ya que no hay sindicatos o asociaciones que se opongan. Las fronteras entre las empresas públicas o privadas son difusas y Pekín tiene amplios poderes para tutelar el sector privado.

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